MiniP tiene ya 6 años y no hay día que no me sorprenda. Es una niña muy despierta. Nació con los ojos abiertos, porque ya quería ver el mundo donde había ido a parar. Miraba todo con sus enormes ojos, medio ciegos, pero ya abiertos a los estímulos. Además, ha desarrollado mucha imaginación. Y digo bien, desarrollado, porque cuando era más bebé no imaginaba tanto. Exploraba, buscaba, jugaba, pero no inventaba tanto como ahora.
El otro día entré en su cuarto y me dijo: mamá, he escrito una historia. Y, efectivamente, en su pizarra, había escritas varias líneas, conformando una pequeña historia. Su primera historia. Babeé hasta inundarle a la vecina de abajo.
Porque qué mayor orgullo puedo yo tener que el que mi hija quiera seguir mis pasos en esto de escribir. Qué mayor orgullo que poder trabajar algún día juntas, que enseñarle los trucos que he ido aprendiendo con los años, que corregirle o encauzarla en alguna historia que se haya quedado atascada.
Pero como la vida apremia, y las extraescolares no esperan, aquel día no le pude dar muchas más vueltas. Le hice una foto a la pizarra (para que perdurara siempre), y seguí con el trajín.
Mi cabeza, sin embargo, no coge vacaciones ni horas libres. Y le da sola al molinillo ese de pensar que debo tener ahí dentro. Y debe ser que me hago mayor, porque empiezo a recordar cosas que me pasaban hace 20 años, cuando era una jovencita. Y lo malo aquí es que hace 20 años era una jovencita, no una niña, como pasaría si tuviera la edad que digo cuando me preguntan…
Como saben los que leen este blog, yo escribo por vocación desde que tengo uso de razón. Quizá por eso también me gusta que mi hija tenga esas inquietudes. El caso es que ahora que tengo una edad (más de veinte y menos de cuarenta, y concreto hasta ahí), he pasado por una época en la que me daba vergüenza decir (confesar) que escribía. ¿Por qué? Pues por muchas cosas. Primero de todo porque la gran mayoría de la gente reacciona mirándome como si me hubiera salido de repente un champiñón en mitad de la cara. Luego se deben dar cuenta, ponen una sonrisita falsa, y preguntan: ¿y qué escribes? A veces, depende de a quién, me apetece decirle: palabras.
Y luego hay otro motivo, pero no sé cómo explicarlo para que no parezca que soy una miserable. No hay manera, es que soy una miserable.
El caso es que, cuando era una joven, entusiasta y aguerrida persona, me daba igual contarle al mundo mi idilio con la escritura. Era tan parte de mí que era casi imposible ocultarlo. Siempre, y cuando digo siempre quiero decir siempre, llevaba encima mi cuaderno y mi pluma con la que siempre escribía. Todo tipo de historias, todas ellas cortas. Según se me pasaba por la cabeza una idea la escribía. Tenía todo el tiempo del mundo y me gustaba pasarlo así.
"Érase una vez una clase y un día llegó un rayo y atacó a la clase y la profe murió pero los niños y niñas sobrevivieron. FIN" |
Entonces, conocía a alguien, nos hacíamos amigos o amigas, y pasábamos tiempo juntos. He pasado muchas tardes escribiendo junto a alguien, que también escribía. A veces parábamos para contarnos algo, otras nos leíamos lo que habíamos escrito, lo habitual. Pero no siempre conocía a gente que escribiera, hay de todo en la viña del señor, y aunque siempre me ha gustado la gente con algo dentro de la cabeza, más que nada por aquello de que tengan conversación más allá de qué bonitas son unas cortinas, no necesariamente debían tener relación con la palabra escrita.
Pero esto de escribir debe ser contagioso. Porque me ha pasado infinidad de veces, conocer a alguien que en principio no escribía, en algunos casos hablo de personas que ni siquiera leían, y al poco de juntarse conmigo enseñarme orgullosos (u orgullosas) su obra maestra. Pero sin vergüenza ninguna, que te enseñaban lo que creían que sería el próximo Quijote, cuando no habían juntado dos palabras seguidas ni en una carta.
Esto me ponía negra. Sí, porque me sentía como si me infravaloraran. Como si ningunearan mi pasión, que es escribir, y me intentaran demostrar que es algo que puede hacer cualquiera. Pues sí, cualquiera puede sentarse y escribir frases, pero no cualquiera puede hacer que tengan sentido, coherencia y que, además, entretengan.
Aunque eso está al alcance de pocos, no me incluyo, pero sí que tengo cierta, digamos, pericia. Ya sea por lo que leo (por favor, impensable ponerse a escribir si ni siquiera lees), o por los años que llevo dedicados a la escritura, algo habré aprendido, digo yo.
Entre medias de este recuerdo, se me coló Julio Iglesias. Sí, no me he vuelto loca, el mismo Julio Iglesias que inunda los memes con “y lo sabes” y tiene más hijos que camisas. Pensé en Julio Iglesias enfrentándose al hecho de que su hijo es más famoso que él ahora mismo. Pregúntale a cualquiera, mayor o pequeño, quién es Enrique Iglesias. Todo el mundo lo sabrá. Lo de Julio lo dejamos para mayores de cierta edad, o alumnas aventajadas como yo, que no me tocaba saberlo, pero como escucho mucha música (ejém, ejém…) Este hecho parece ser que Julio Iglesias no lo lleva muy bien, y dicen los rumores que no se habla con su hijo. Y pensé: ¿y si esto me pasa a mí?
Porque, ¿y si resulta que MiniP destaca muchísimo más que yo en la escritura? Me va a dar envidia, lo sé, que soy una mala persona. Y voy a dejar de hablar a mi hija porque todo el mundo pensará (equivocadamente) que es mejor escritora que yo… Entonces tendremos una guerra mediática e iré a los platós de la televisión a decir lo mala hija que fue que además me salió una estría en el embarazo… Vaya dramón.
Enseguida dejé pasar los malos pensamientos. Son cosas que me trae el molino que tengo en el cerebro, lo recoge todo, pero no todo se queda. Estoy orgullosísima de mi hija, le dé por escribir o no, y la querré siempre decida lo que decida.
Eso sí, y para que conste, si algún día es mejor escritora que yo será por todo lo que yo le enseñe. ¡Agradécemelo, mundo!
El cuento de tu hija no tiene desperdicio y me encanta ¡Tiembla, J.K.Rowling!
ResponderEliminarNa nueva king.
ResponderEliminarPero tú tranquila para mi siempre serás la mejor.