Debo confesar una cosa. Por favor, modifiquen mi voz electrónicamente y tapen mis ojos con un cartón rectangular negro. Me vale que me pixelen la cara. ¿Ya estamos? Gracias.
Soy una mala madre.
Ya está, ya lo he dicho.
Y no es por todas las perrerías que le he podido hacer a mi pequeña, que son unas pocas... Aún me acuerdo cuando, siendo un bebé de apenas un año, le fui a cortar las uñas con un cortauñas en lugar de con las tijeras habituales, se me escapó, y le dejé el dedito con una media luna que poco a poco se fue llenando de sangre. Ella no lloró, pero yo sí, y al verme a mi asustada, fue cuando arrancó las lágrimas. Papá en apuros vino corriendo a ver qué pasaba y al ver el panorama, se echó a reir. Por supuesto después de comprobar que lo de la peque fue una herida superficial. No, no es por nada parecido. Soy una mala madre porque el otro día engañé a mi hija. Mentira por omisión.
El caso es que MiniP está dejando de ser tan mini, sin permiso materno, que todo hay que decirlo. Disfruto de cada día de mi hija, pero me da mucha congoja comprobar que va creciendo. En agosto cumplió cuatro años y le tocaba revisión con la enfermera. Y esta revisión viene con regalo: la vacuna.
La última revisión a la que tuvimos que ir fue la de los dieciocho meses. Han pasado dos años y medio desde entonces, y si yo no me acuerdo, ella menos. Aquella vez lo pasamos un poco mal, porque MiniP desde los seis meses cogió aversión a ir al médico. Todo iba bien hasta entonces, pero en la revisión del medio año no me pudieron dar las dos citas el mismo día, enfermera y médico, y me dieron primero la del pinchazo. Con la doctora al día siguiente no quiso colaborar, se acordaba demasiado bien del dolor del día anterior.
Este miedo (no quería ni abrir la boca con el palito de madera) se le fue pasando, y de un año a esta parte va más contenta al médico. Claro, nunca ha dolido. De hecho, ya ni se acuerda de lo que es un inyección, y mucho menos asocia la palabra vacuna con pinchazo.
De modo que cogí la cita para la revisión de los cuatro años, y sólo le dije que teníamos que ir a hacerle un chequeo, como la muñeca de sus dibujos favoritos hace con los juguetes. Y ella, tan contenta. A todo el mundo se lo decía.
- Voy a la enfermera a hacerme un chequeo.
- La revisión de los cuatro años - aclaraba yo a la mirada interrogante que todos me echaban.
- ¿Entonces...?
- Shhhh, calla, que no lo sabe... - no permitía bajo ningún concepto que nadie le dijera que la iban a pinchar.
¿Lo veis? Mala madre.
El caso es que no quería que me montara un pifostio (palabra inventada por Forges que la RAE ya contempla) antes de tiempo. Prefería enfrentarme a ello en la consulta directamente.
Y allí fuimos, mi nena hecha una campeona obedeciendo las órdenes de la enfermera. Que si ponte aquí que te mida, que si súbete que te pese, ahora anda descalza, súbete a la camilla que te tomo la tensión... Le hicieron hasta un exámen de la vista, donde le pidieron que dijera los colores que mostraba... y alguno acertó. Menos mal que la enfermera me dijo que estaba todo correcto.
MiniP estaba exultante, sabía que lo estaba haciendo muy bien y que se llevaría una pegatina como premio. (Siempre que se porta bien en el médico le ponen una graciosa pegatina en la mano). Me miraba y sonreía, orgullosa. Yo procuraba no hincharme demasiado, el amor de madre a veces se comporta como el helio que rellena un globo, y temía salir volando por la habitación.
Pero llegó el temido momento. La enfermera preparó la vacuna. Se dio la vuelta y sonrió a MiniP.
- ¡Mira, sin aguja!
MiniP me miró a mi, sin entender nada.
- Es la vacuna - le dije, como si eso lo explicara todo. Para ella no, claro, porque no tenía ni idea de lo que significaba esa palabra.
- Ahora sopla.
MiniP sopló y la aguja entró en su brazo. Hasta ahí todo sin problemas. Pero cuando la enfermera apretó y el líquido comenzó a entrar se echó a llorar. Era dolor mezclado con sorpresa lo que destilaban sus lágrimas y a mi se me formó un agujero en el pecho.
Afortunadamente la enfermera era muy hábil con los niños. Enseguida, bromeando, le preguntó si quería una tirita. MiniP dijo que sí. Le puso un esparadrapo en el brazo.
- Y ahora lo vamos a poner bonito - destapó un edding - Como te has portado muy bien, una carita sonriente.
MiniP sonreía. Cogió su perro de peluche.
- ¿A Guagua también?
- Claro. Mira, como Guagua ha llorado un poco, le vamos a poner una carita triste.
Y le puso un poco de esparadrapo con un trocito de gasa. MiniP cogió a su perrito y me lo enseñó.
- Mira, mami, Guagua tiene uno igual.
Su carita iluminada con una sonrisa deshizo el agujero que se me había formado antes, aunque dejó una pequeña cicatriz. La de mala madre, que no avisó a su pequeña de que le iban a hacer daño.
La tarde acabó bien. Salimos muy contentas de la consulta, yo porque ella se había portado fenomenal, y ella porque tenía una tirita con una cara sonriente en el brazo. Se lo enseñaba a todos los conocidos que nos encontramos por la calle, y fue lo primero que le enseñó a su padre cuando llegó a casa. Tampoco nos dejó que se lo quitáramos para enseñárselo a su profe al día siguiente.
Era el orgullo de mostrar su herida de guerra. Ese orgullo que decía: mira, me han hecho daño pero he sido una valiente.
Mi pequeña guerrera.
Ay, mi chica, pobrecita... Pero bueno, todo ha terminado bien, así que ya está. Pero de esta vacuna me temo que sí se va a acordar para la siguiente xD
ResponderEliminarAy cómo me he reído pero también me
ResponderEliminarha dado penica. El peque era muy chiqui con las tres primeras vacunas dentro de tres meses repetimos veremos a ver. Besos a ti y a tu pequeña guerrera.
Una gran guerrera! Pero qué mal lo pasamos las mamis, ¿verdad? Ni te cuento los lagrimones que he tenido que aguantarme en el pediatra. Sobre todo los primeros meses cuando la traímos (¿te he dicho alguna vez que es adoptada?). Era ver una bata blanca y se ponía nerviosita. Lloraba, pataleaba... Nada más llegar le hicimos un análisis de sangre y tuvieron que aguantarla entre tres enfermeros porque no había manera de pincharla. Menos mal que a medida que ha ido creciendo, perdió el miedo a las batas blancas. Ahora va hasta al dentista con menos miedo que yo!
ResponderEliminarBesotes!!!
Yo no me reído, me he medio emocionado. Es que me parece el relato de una ternura... Ternura, la innata en una pequeñuela de cuatro añetes (ya), y ternura por esa carita que imagino en ti, inflada de helio como dices, el helio del orgullo de tu pequeña guerrera. Precioso, Pilar!
ResponderEliminarBesines,