Pues parece que las vacaciones de Navidad me han dado para más de una entrada. Con esta, concretamente, las he estirado para tres. Y yo que creía que no habíamos hecho nada…
Tuve vacaciones toda la semana de Nochebuena, aunque las cogí pensando que MiniP no tendría cole, y resultó que mi gozo en un pozo, pues acabaron el día de la lotería. Por suerte me sirvió para pasar a la fiesta que hicieron, y con este ya he tenido la suerte los tres años de infantil. El caso es que MiniP cayó pachucha esa semana, y yo estaba tan cansada, que nos pasamos todos los días (salvo los festivos, que tuvimos que ir a otras casas) tiradas en el sofá sin hacer nada.
Esto lo pagué el siguiente lunes, por supuesto, porque en cuanto recuperé la rutina de trabajar todos los músculos de mi cuerpo se quejaron, y decidí que no podíamos seguir así.
El día 30, como la peque ya estaba mejor, hicimos un súper plan: salir los tres con la bici. MiniP se mostró entusiasmada, y por eso, justo después de comer, nos preparamos y salimos, no fuera a ser que se nos hiciera de noche. Y ahí comenzó nuestra aventura.
Escogimos el camino que menos carreteras hubiera que cruzar y nos fuimos hasta un parque que tenemos por aquí preparado para que la gente corra o monte en bici por él. Tiene dos caminos que van juntos, uno asfaltado y otro con tierra, que hacen un circuito circular de algo menos de un kilómetro. Una vez allí dimos tres vueltas y nos volvimos.
Pero yo soy una madre histérica, lo reconozco. Una de las bajadas discurre junto a un terraplén lleno de pinos que acaba en una carretera, y cada vez que MiniP se tiraba como una kamikaze cuesta abajo yo no podía evitar verla caerse y acabar en la carretera, golpeándose previamente entre los pinos como una bola de pingball. Lo de ser madre, algo macabra desde pequeña, y tener una imaginación casi fotográfica no es buena combinación, ya lo digo.
Cuando terminamos de dar las vueltas y enfilamos el camino a casa creí que mi suplicio se había terminado, pero no. Papá en Apuros tuvo la feliz idea de dar un pequeño rodeo… ¡por la carretera! No me lo podía creer, mi corazón iba a mil por hora, y cuando vi salir un coche de una calle lateral y ponerse detrás nuestro casi me da un ataque. Por suerte MiniP es más eficaz que su madre, y en cuanto vio oportunidad se echó a un lado y se paró. En ese momento cruzamos a un parque y ya sí, mi suplicio terminó. Seguimos el trayecto por vías peatonales, cruzando en el paso de cebra desmontados de la bici.
La pequeña excursión nos llevó menos tiempo del que creíamos, y volvimos justo a tiempo para asistir a las Chucheuvas. Un evento que organizó el ayuntamiento, en el que, a las siete de la tarde, haríamos una simulación de la Nochevieja. Con chuches en lugar de con uvas (por eso el nombre).
Hubo música, ambientación, y no hacía mucho frío. Nos juntamos con una amiguita de MiniP, y bailamos un poco en la plaza. Bueno, bailamos MiniP y yo mientras Papá en Apuros nos miraba como si no nos conociera. A las siete dieron doce campanazos (que apenas se escucharon), nos comimos las chuches y nos fuimos a casa, felices y contentas.
Una vez en el calor del hogar, nos cambiamos de ropa. Papá en Apuros fue directo a la habitación, MiniP fue corriendo a la suya a por un peluche, y yo iba a entrar al baño cuando la escuché gritar. Aún no habían acabado las emociones.
No fue un simple grito, no, sino una mezcla de grito de pavor con llanto. Preocupada me acerqué a su habitación, iba a pasar, pero me paré en seco. MiniP se encontraba a los pies de su cama, señalando algo con la mano y lloriqueando. Ese algo era lo que me impedía a mi pasar: una araña colgaba del vano de su puerta, algo por debajo de la línea de mis ojos y bajando.
Respiré hondo e intenté tranquilizarla con palabras dulces. Pero no era capaz de pasar, por lo que MiniP seguía lloriqueando. Imagino que pensaría que si no pasaba nada, a ver por qué no estaba yo con ella al otro lado de la araña.
Papá en Apuros salió de nuestro dormitorio, con el paso tranquilo, andando como John Wayne en mitad de un pueblo del Lejano Oeste, diciendo en tono impaciente:
- A ver… ¿Qué pasa?
MiniP y yo, ella sollozando, yo sin arrimarme, señalamos al problema.
- Bah – Papá en Apuros le quitó importancia- ¿Por esto tanto escándalo?
Y después de lo que nos pareció una eternidad, se quitó la zapatilla y la mató.
Pasé a la habitación a consolar a la peque. La abracé y la escuché las ochocientas veces que repitió lo grande, negra y fea que era la araña. Tampoco podía hacer mucho más, salvo sentirme culpable (las madres somos especialistas en sentirnos culpables) por haberle cedido en herencia mi miedo cerval a las arañas.
- Anda, que… Si no llego a estar yo, a ver qué habíais hecho…
Miré a Papá en Apuros y me encogí de hombros.
- Pues habría cogido el aspirador y la habría aspirado.
No sería la primera vez que me deshago así de un bicho…
Afortunadamente, fue la última emoción del día.
Mi miedo es a las cucarachas. Y si no hubiera tenido a mi John Wayne particular, te puedo asegurar que estarían vivitas y coleando. Yo, ni con aspirador ni con chola ni con nada. Es verlas y desaparecer en el horizonte.
ResponderEliminarUn día precioso a pesar de miedos y arañas.
Sí, JANE, el día estuvo bien chulo pese al susto arañil. De todos modos, ¿qué sería de la vida sin estos momentos de verdadero pánico? Luego nos reímos los tres... Bueno, MiniP se rió un poquito menos que nosotros...
Eliminar¡Gracias por pasarte!
¡Besotes!