viernes, 4 de marzo de 2016

Mamá en Apuros: Los Cumpleaños, la pesadilla continúa



Me dan miedo los cumpleaños. No, los míos no. Los míos suponen para mi una mezcla de entusiasmo y depresión a partes iguales, pero en el fondo me encantan (¡regalos!). Me dan miedo los cumpleaños a los que invitan a mi hija.

No es fácil, para una madre asocial, que su hija tenga vida social. Que tenga amigos. A-MI-GO-SSSS. La s final lo supone todo. No tiene una amiga, ni un amigo, no. Tiene amigossss, en plural. Es desesperante. Y ya sé que se supone que tendría que mirar por el bien de la niña, en este tiempo que nos ha tocado vivir en el que los niños son criaturas frágiles de cristal a los que hay que darles todo... Pero a veces me gustaría ser más egoísta de lo que ya soy, coger a mi peque y escondernos juntas debajo del edredón. Y que se pare el tiempo. Pero mi culpabilidad supera a mi egocentrismo (todo en mí es una lucha de poderes) y miro por ella, por su bien, y cuando me habla de que quiere hacer una fiesta de pijamas en casa en vez de arrancarle la cabeza o encerrarla en la mazmorra de un castillo (que a ver dónde encuentro yo un castillo vacío y con mazmorra por estos lares), sonrío con mi sonrisa más falsa y le digo que NO, pero en lugar de gritarlo se lo digo con dulzura. Ella contesta: “¿Cuándo sea mayor?”, y yo le respondo con un “Ya veremos”, que es la fórmula que me enseñaron mis padres para decir que no pero sin discutir. Es una vaga esperanza, pero que jamás se cumplirá.

Pues sí, me dan miedo los cumpleaños, esas fiestas de mocosines a los que invitan a mi peque desde que tenía dos años (¡dos años, por dios, si casi ni sabía hablar!). Y no sé si porque mi hija es la más guapa y la más lista de todo el mundo mundial (ojo, que lo digo como dato contrastable, es una opinión completamente objetiva, aquí mi amor de madre no tiene nada que ver), pero la invitan frecuentemente a cumpleaños.

Y yo cuando veo una tarjetita de esas, monas, con dibujitos, me echo a temblar. A ella se le ilumina la cara: “Mamá, nosequién me ha invitado a su cumple”, y mi boca se estira en una especie de sonrisa que más bien es una mueca de espanto. “Mamá, ¿estás bien? No tienes buena cara”, me pregunta ella, ladeando la cabeza y frunciendo un poco el ceño. Yo asiento con la cabeza y me obligo a dejar de sonreír, entonces ella se calma y se va a jugar saltando como si no tuviera otra cosa que hacer en la vida. Y ojalá nunca tuviera otra cosa que hacer en la vida… 
Imagen de aquí

Pero es que no es sólo el cumpleaños en sí: la fiesta. Llena de gritos, ruidos, quejas… Los no quiero más, es que fulanito me ha quitado la tarta y menganita me ha pegado una patada. Los parques de bolas, en serio, deberían estar vigilados por policías, son un espacio de lo más marrullero. Pero no es solo eso. Es el regalo. Cada niño unos 10€. Se te juntan tres cumples en una semana y ya has palmado cinco mil de las antiguas (y añoradas) pesetas. Pero, para que el regalo luzca algo, además, nos solemos juntar las madres. Eso supone hablar con más adultos (¡socializar! ¡Agghhh!), e ir a comprar. Y alguien tiene que organizarlo.

Lo reconozco, me encanta organizar. Nadie lo hace como yo (de nuevo una opinión completamente objetiva), sobre todo a mi modo de ver. Y es que la gente, de todos modos, tiene una tendencia a hacerse la loca de una forma que envidio, porque es que parece que no les cuesta. Yo me hago la loca y me están matando los remordimientos.

El caso es que en uno de los últimos cumples acabé por encargarme yo de organizar el regalo conjunto. Tengo un sistema: primero creo un grupo de wasap. Sí, sé que lo he escrito fatal. El grupo se llama Regalo a Fulanito y meto a todas las madres que sepa que han invitado al cumple. En este último caso fue fácil porque la mamá en cuestión nos invitó con un grupo de wasap. Yo también lo hago con el cumple de MiniP (los hace a finales de agosto, vete a buscar a cada niño para darle la invitación…). Casi todas aceptaron (y digo madres, y todas, en femenino porque no hubo ningún padre), y más contentas que unas castañuelas. Lo malo era el poco tiempo que teníamos, pero nos lo apañamos bien. Además, participaron más de lo que lo suelen hacer, una fue a comprar una colección de libros, otra a por un peluche (la patrulla canina, que está triunfando), y yo me encargué de la ropa. Como además le gustaba Lego, le cogí por Amazon un juego de los clásicos, que ya le había regalado a mi sobrino anteriormente. Yo es que cuando me da por algo me repito hasta la saciedad, es porque así no tengo que pensar más.

Pese a que la compra de la ropa la tuve que posponer, del viernes al domingo (y eso que no me gusta nada comprar un domingo, pero es que tuve causas de fuerza mayor el viernes y el sábado), al final se me dio muy bien, encontré cosas chulas a la primera y en cuestión de un rato ya lo tenía solucionado.

El problema vino con el Lego. Se suponía que tenía entrega en la fecha que yo lo necesitaba. Normalmente cuando pido algo por amazon me lo trae Seur a la hora de comer (ya he tenido unas cuantas entregas), pero este pedido venía por otra compañía. El lunes era el cumpleaños, y llegó la hora de comer y no venía el paquete. En la página web tan solo me ponía que estaba en reparto. Llamé a la compañía, y una señorita un poco borde (de hecho más borde que yo misma, y juro que ese día me controlé) me dijo varias veces (por si yo era corta de entendederas o algo así), que ellos no tenían manera de comunicarse con el conductor. Colgué antes de decirles lo que pensaba de una compañía de transportes que no tenía la opción de llamar a su conductor. 
Imagen de aquí


Las seis menos cuarto. El paquete no llegaba. Me vestí, vestí a la peque, y en el último momento le creé un vale regalo, por si acaso. No es lo mismo que abriera un paquete con un Lego que un sobrecito con un papel con el Lego pintado, pero qué remedio).

Estando en el lugar del cumpleaños, aguantando los gritos de los niños, sirviendo agua, cocacola y naranja a los pequeños salvajes y socializando con las madres, me llamó el repartidor. Cogí el teléfono como una loca, y el señor, de acento extranjero, me algo que yo ya sabía: no estaba en mi casa.

Le pregunté que si podía pasar por donde estaba yo en ese momento. Me dijo que no, que tenía ruta y si no, no llegaba. Mierda, pero lo había intentado al menos. “Yo ir a calle X ahora, si venir aquí le doy paquete”, me dijo, sin embargo. Yupiii, tenía un plan. Pero no me había llevado el coche.

Entré al local (me había salido para hablar sin ruido), y me acerqué a la madre que sabía que había llevado coche, porque la había visto llegar. “Me ha llamado el repartidor y me ha dicho que si voy a la calle x me da el paquete”. “¿Tienes coche?”, me dijo la mamá en cuestión. Negué con la cabeza, contrita. “Yo te llevo”, se ofreció.

Y allá que fuimos, en un coche con unos 20 años, conduciendo por el pueblo como si estuviéramos en un videojuego. Llegamos a la calle x en cuestión, y no veíamos ninguna furgoneta con distintivo. Pero ni cortas ni perezosas, fuimos preguntando a todo aquel que nos pareciera sospechoso:

- ¿Eres el repartidor?

Fue una estrategia infalible. A la quinta ocasión dimos en el blanco. Un chaval joven dentro de una furgoneta blanca, sin distintivos.

- ¿Eres el repartidor?

Él asintió, y sin hablar se bajó de la furgo, abrió la parte trasera y me entregó el ansiado paquete. Firmé, le di las gracias (pese a que no me había hablado), y nos fuimos.

Hicimos parada en casa de la mamá del coche, para envolverlo, y volvimos, justo a tiempo para el momento tarta y entrega de regalos.

Al final, con algunos apuros, pero salió todo bien. Porque lo organicé yo, por supuesto.

1 comentario:

  1. Cómo te comprendo! Que tampoco soy yo muy social y esto de los cumpleaños siempre lo he llevado fatal. Que voy, por mi hija, pero qué ganas tengo siempre de que pasen estos días. La ventaja de cuando crecen es que ya no quieren que las madres vayamos... Excepto en el momento de pagar, claro...
    Y qué sufrimiento con el repartidor! Como en las pelis de suspense, en el último minuto.
    Besotes!!!

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