No puedo hacer una reseña de este libro, en conciencia lo digo. No puedo por la simple razón de que no terminé de leerlo. De modo que esta es una no-reseña, donde intentaré explicar los motivos por los que no pude terminar la novela.
Al principio prometía. Fue el libro del Club de Lectura de la biblioteca, post Mario Vargas Llosa, de modo que lo cogí hasta ilusionada. Un libro de misterio, de asesinatos, algo más ligero, fácil de leer… Pues no.
Hice un esfuerzo, pero ni con ésas. Me quedé en la página 192. Casualmente, otra de las lectoras del club se quedó en la misma página que yo. Cosas de la vida…
La historia prometía. Ambientada en el Londres victoriano, nos presenta a un detective, Monk y a su esposa, Hester, que trabaja de enfermera en una especie de clínica de caridad donde atienden prostitutas. Al buen señor no le importa lo más mínimo que su esposa trabaje allí, como debe de ser, ya que la señora aunque le quiere mucho se siente empoderada y no cree que deba rendir cuentas a ningún hombre. Hasta ahí, genial.
La cosa se complica cuando aparece un señor, de aspecto pudiente, muerto en un burdel, cerca del trabajo de la señora Monk. Las prostitutas empiezan a aparecer molidas a palos, con lo que la buena señora se preocupa, y aunque no le quiere dar trabajo a su marido, algo le comenta y comienza a investigar por su cuenta.
Por otro lado, el señor Monk recibe el encargo de investigar la muerte de dicho señor, con lo que al final ambos acaban investigando de forma paralela. De fondo, sabemos que la señora Monk sirvió como enfermera en la guerra de Crimea, y que el señor Monk no recuerda nada de su pasado debido a un accidente de carruaje. Y lo sabemos otra vez, y otra más, porque de forma cíclica la autora se encarga de que sepamos que el señor Monk está muy atribulado por unos recuerdos que no tiene, y que no sabe si fue buena persona o no… Una y otra vez, y otra y otra. Y ahí lo tuve que dejar.
La narrativa, para mi gusto, es muy deficiente. No te deja entrar en la historia, porque en todo momento nos cuenta cómo se sienten, qué piensan y qué deciden los personajes. En ningún momento nos lo hace vivir, sino que lo cuenta, y te lo tienes que creer, como buen lector. Pues no, señora, no me lo tengo que creer porque lo diga usted. Si una señora se encuentra nerviosa lo suyo es que estruje un papel sin darse cuenta, o se toque mucho el pelo, o se muerda las uñas, pero no me diga que entró en la habitación y estaba nerviosa, porque yo levanto una ceja y cierro el libro. O peor, no me diga que su pareja lo ha visto en sus ojos, como en este fragmento:
“Monk reparó en la incertidumbre de su mirada, la cual daba a entender que percibía su soledad, el retraimiento de la sinceridad que los unía de ordinario. Se sentía herida e intentaba ocultarlo.”
Qué listo, Monk. No solo percibe la incertidumbre que además adivina lo que significa…
Y no sé qué era peor, si eso, o la repetición constante de lo angustiado que se siente Monk por no poder recordar, o lo angustiada que se siente su mujer porque Monk no le cuenta nada. Cada pocas páginas nos recordaba lo del accidente de carruaje, como si los lectores fuéramos tontos y se nos olvidara.
Pues no, señora Perry, no se me olvidaba. Lo que voy a olvidar es su nombre, porque no pienso abrir un libro más suyo.
Puedo entender que haya gente a la que le guste, pero a mi este tipo de narrativa me pone de los nervios. Y es una pena, porque la historia sí que me estaba gustando. Contada de otro modo me la habría ventilado en dos días. Menos mal que en el Club de Lectura lo comentamos y me contaron el final…
Pues no he leído nada de esta autora aún. No está en mi lista de pendientes. Y por lo que cuentas, no creo que la coloque ahí.
ResponderEliminarBesotes!!!
Sinceramente,Margari, no creo que te fuera a gustar...
EliminarGracias por comentar!
¡Besotes!