-Deja de hacer eso, te vas a matar.
Ella se encogió de hombros y siguió haciendo
equilibrios sobre la tapia medio derruida.
-Algún día hay que morir. Puede ser hoy, mañana… No se sabe.
-¿Por qué te comportas así? – Él se pasó las manos por el pelo.
-Así, ¿cómo?
-Siempre dices esas cosas, de morirse, siempre vives como si no fuera a
haber un mañana.
-Y tú te lo piensas todo mucho.
Hubo un momento de silencio. Ella siguió con
sus equilibrios sobre las piedras, él fumaba sentado sobre la misma tapia. No
se miraban, ella atenta a las piedras sueltas, él miraba las estrellas. Así cómo
iban a encontrarse.
-No te compliques – dijo ella, mirándolo desde las alturas.
-¿Cómo?
-Que no te compliques. Si te gusto, dímelo, y si no, no me hagas perder
el tiempo. Toda experiencia vale de algo, pero mi tiempo es limitado, no quiero
desperdiciarlo…
-¿Lo ves?
-¿Qué veo?
-Lo que te decía: hablas muy raro. Toda experiencia vale de algo… ¿De
dónde has sacado eso? ¿y en qué prefieres pasar el tiempo?
Ella paró para mirarle. La luz de la luna
apenas iluminaba, pero le pudo adivinar la media sonrisa.
-Es un poco tarde para que te rías de mí, ¿no? ¿Qué hora es? ¿Las dos?
-Las dos y media. Y treinta y dos, para ser exactos. –Él se ajustó el
reloj -.
Pero, ¿qué tendrá que ver la hora?
-¡Mucho! -Ella sonrió y dio un salto de gimnasta en la barra. Gimnasta pobre, en
lugar de lujosas instalaciones, tenía un cementerio medio abandonado para
entrenar –. A estas horas las neuronas ya no funcionan igual. Y si has bebido,
menos.
-¿Y eso cómo lo sabes? – Él se levantó de la valla, molesto porque ella
no se estuviera quieta.
-Lo he leído.
-Lees demasiado.
Notó enseguida el cambio de humor. Ella dejó
de moverse, frunció el ceño y saltó de la tapia. Se colocó frente a él, los
brazos en jarras.
-No se puede leer demasiado. ¿O acaso tú respiras demasiado? No lo
puedes limitar, es necesario.
-¿Necesario leer?
-Sí, mucho.
-Pues no sé para qué. A mí no me gusta leer.
Ella le miró de arriba abajo.
-Pues no sabes lo que te pierdes. Nunca sabrás lo que es la vida, nunca
vivirás más de una a la vez. Nunca sabrás lo que es el amor…
-Eso último lo estoy intentando –. Él sonrió y alargó el brazo para
tocarle el hombro -. No sabes cómo lo estoy intentando…
Ella ya lo sabía. Y él le gustaba, era guapo,
pero no creía que fuera su tipo. Aun así, había consentido quedarse a solas con
él cuando todos los amigos hicieron maniobras evasivas, excesivamente
evidentes, para dejarlos solos. Se había dado perfecta cuenta de lo que habían
planeado, pero así lo quiso, por probar.
Miró su hombro, allí donde él había posado su
mano, y luego lo miró a la cara. Levantó una ceja. La mano invasora huyó como
con apremio.
-¿No te gusta leer?
-No.
-¿Seguro? ¿No eres capaz ni de coger un cómic?
-Nada.
-¿Y tú qué haces para divertirte?
Él se estaba incomodando, pero esa pregunta la
tenía controlada. Sonrió abiertamente y esa vez fueron sus dos manos las que
avanzaron a su cintura.
-Pues esto.
Intentó atraerla para besarla, pero ella se
resistió.
-¡No!
Él la soltó.
-¿Qué te pasa, tía?
-Te lo he dicho antes -dijo, elevando un tono la voz -, no me hagas perder el tiempo. No puedo estar
con alguien que no lee. Punto.
Y se dio la vuelta y le dejó allí plantado.
La sonrisa que minutos antes adornaba la cara
del chico se tornó en mueca. Notó la rabia subir desde las plantas de los pies,
apretó los puños y gritó con todas sus fuerzas.
-¡Estás loca! ¡Vete, puta de mierda! ¡El que
no quiere perder el tiempo contigo soy yo! ¡Frígida! ¡Estrecha!
Ella paró un momento y se dio la vuelta.
Desanduvo sus pasos, tranquila.
-¿Lo ves? Si te gustara leer sabrías que lo que acabas de decir no
tiene sentido. O soy puta, o soy estrecha.
Él la miró con la rabia en los ojos, los
labios convertidos en una fina línea de tan apretados. Acercó su frente a la de
la chica, desde arriba, para intimidar, y habló en susurros.
-No me provoques a ver si te voy a tener que enseñar que es lo mismo.
Ella acercó su cara aún más a la del chico.
Parecía que estaban a punto de besarse.
-No me provoques tú a mí – dijo con su mejor voz de niña buena -que lo único correcto
de lo que has dicho es que estoy loca –. Se retiró y ladeó la cabeza,
contemplando el miedo que había anidado en los ojos del chico –. Y ahora vete a
buscar el amor a otra parte.
-Y tú ve a encontrarlo en tus libros, loca de mie…
Una patada en la espinilla le impidió terminar
la frase.
-En mis libros siempre hay amor. Siempre.
Se dio la vuelta para marcharse, pero se lo
pensó mejor, volvió y escupió a sus pies.
-No se te ocurra volver a molestarme. Sé hacer más cosas aparte de leer
y dar patadas.
Ahora sí, se marchó.
Nunca más volvieron a hablarse.
Tampoco le hablaría en la vida... ¡Muy bueno!
ResponderEliminarBesotes!!!
¡Gracias, MARGARI!
ResponderEliminarGenial, Trescatorce. Has conseguido que una loca que hace malabarismos sobre una tapia me parezca una chica sensata. Me cae bien.
ResponderEliminarGracias por un buen relato.