viernes, 27 de marzo de 2015

Mamá en Apuros versus Sillón Relax



Me llamó mi madre el sábado para que la llevara el domingo al Ikea. En realidad no me llamó, me wasapeó, que mi madre es muy moderna y ya solo mensajea. Yo vi el mensaje y suspiré. A mi los domingos por la mañana lo que me gusta hacer es dormir, no ir a comprar muebles, pero como tampoco me suelen dejar dormir mucho, accedí. ¿Qué voy a hacer? Es mi madre.

Nos dividimos las tareas, Papá en Apuros y yo, y decidimos que me llevaba a MiniP, así disfrutaba del parque de bolas que hay en el recinto de la megatienda, y él iba a comprar y hacer algunas cosillas en casa.

Estábamos en Ikea a las diez de la mañana, de hecho estaban abriendo cuando llegamos, dejamos aparcada a MiniP en la zona de juegos y nos fuimos a lo que nos ocupaba. Mi madre quería un sillón relax individual.

Mi madre y yo tenemos conceptos diferentes del relax. Para mi un sillón relax es uno que se reclina, que te hace masajes y que te calienta la zona de los lumbares y el culete. Si esto es en una habitación en penumbra, con un hilo musical tranquilo, y acabo respirando fuerte (yo no ronco, pero tengo restos de vegetaciones que me operaron de pequeña), entonces mejor que mejor. Mi madre, más sencilla ella, llama sillón relax a uno que solo se reclina.

Había dos opciones en la tienda, y ninguna de las dos se ajustaba a mi concepto. Por suerte sí que lo hacían al de mi madre. Una opción la descartamos enseguida, mi madre dijo que porque era de cuero y no le gustaba, pero yo sospecho que los seiscientos euros que costaba tuvieron también algo que ver. La otra opción, un sillón individual muy cuco de tapicería desmontable, que se reclinaba en tres posiciones, era la mitad de precio. Lo probamos varias veces, y nos gustó. A mi mucho, demasiado teniendo en cuenta que no era para mi.

Nos lo llevamos. Como era opción especial, en lugar de bajar a buscarlo al almacén nos dieron una hoja con un código de barras para pagar. Mi madre preguntó por la opción del pago a plazos, y nos enviaron a sacarse una tarjeta de crédito. De modo que estuvimos más rato sentadas a una mesa firmando papeles de lo que estuvimos viendo el sillón, pero íbamos bien de tiempo para recoger a MiniP del parque de bolas. Me habían dicho que era una hora, y se me olvidó preguntar qué pasaba si me retrasaba algo de tiempo. Esperaba que no se quedaran a la peque...

Resultó que además nos teníamos que sacar otra tarjeta más, la de socio del ikea. La suerte que tuvimos es que nos la hicieron en la misma mesa, pero también fue un rato más, y el reloj seguía corriendo. Cuando llegamos a caja había mucha gente, y yo ya me veía volviendo a casa sin MiniP. A ver cómo le explicaba yo a Papá en Apuros que se la habían quedado en el parque de bolas porque llegué tarde a recogerla.

Solventamos el tema de pago y recogida de la niña en el tiempo límite, repusimos fuerzas y fuimos a por el sillón. Mi madre preguntó por la opción que hay para que te lo lleven a casa. Sin ningún problema te lo llevaban, previo pago de ochenta euros. Miré a mi madre espantada y, muy flamenca yo, le dije que se ahorrara el dinero, que ya lo llevábamos nosotras. Ella dudó, pero yo estaba segura. Y ahí empezó la diversión.

No he sido mucho yo de jugar a consolas, pero hay dos videojuegos que me vinieron a la cabeza ese día. El primero, el tetris, cuando llegué al coche con el silloncito de marras. Lo metí muy fácil, porque mi coche es SW (station wagon, no ranchera, que conste), y el perfil del maletero es bajo, pero tuve que bajarlo de nuevo para colocarlo de manera que entrara en el coche. Y ese fue el menor de mis problemas.

Llegamos a casa de mi madre, que vive en un tercero y tiene ascensor. Cuando encontramos sitio justo frente al portal me las prometía muy felices. Con un carrito porta todo, cargué el sillón y lo llevé hasta el ascensor. Y ahí empezó el segundo video juego. Street Fighter.

El portal se transformó en una pantalla dividida en dos. A la derecha, el sillón relax. A la izquierda, Mamá en Apuros. Un, dos, tres... ¡fight!

De frente no entraba. De costado tampoco. Paré un segundo y le di el bolso a MiniP, que andaba dando vueltas alrededor mío pidiendo ayudar. Le hizo gracia, aunque casi se cae al suelo de lo que pesaba.

Observé unos segundo para ver por dónde podía atacar. Pero antes de conseguir meterlo en el ascensor, tenía otro problema. Las puertas se negaban a quedarse abiertas, y aún no atinaba a meter tanto el sillón como para llegar al sensor. De modo que asigné a MiniP otra tarea, que andaba otra vez dando vueltas, quemada ya la novedad de ser sujetabolsos. La dejé con el dedo pegado al botón de llamada.

Mi madre también daba vueltas alrededor mío, como una versión envejecida de mi hija, preguntando cada dos segundos si necesitaba ayuda o si llamaba a alguien. Contestándose sola (costumbre usual en ella), cogió el teléfono y llamó a mi cuñado, que vive cerca, para que viniera a ayudarme.

Herida en mi orgullo, en lo que mi madre hablaba por teléfono me hice con el enemigo. Le hice una llave de cuello y le tumbé de lado en el suelo, a continuación le levanté de las piernas, le incliné hacia un lado, luego hacia el otro, pasé por encima, tiré de él y cuando me quise dar cuenta ya estaba dentro. Había ganado la batalla justo cuando mi madre colgaba.

Le ordené que volviera llamar y anulara las fuerzas de apoyo, que yo solita había conseguido la victoria, pero no tuve en cuenta que había ganado una batalla pero no la guerra. Le di a subir al ascensor, a mi me tocó subir los tres pisos andando porque el sillón había ocupado todo el habitáculo, y cuando llegó arriba me encontré con mi adversario en plena forma.

Segundo round (¡arrueken!). El sillón se negaba a salir. Tuve que saltar por encima para hacerme hueco y empujar desde detrás. Esta vez acudía a la batalla con más confianza puesto que si había entrado tenía que salir. Ataqué, aprovechando la fatiga del adversario empujé, tiré, levanté y me esforcé. Cuando ya lo tenía casi fuera llegó un vecino ofreciendo ayuda. Con una mirada dura como el acero le contesté que era un asunto personal entre el sillón y yo, que no se metiera. Retrocedió despacio, justo en el momento en que las fuerzas de mi contrario fallaron. Estaba fuera. Guerra ganada.

Una vez lo coloqué en su sitio y le puse las patas, me senté a descansar. "La próxima vez", le dije a mi madre, "te dejo que te gastes los ochenta euros para que te lo traigan a casa".

"Te los has ganado, hija", contestó ella. "Te los has ganado".

Pero no me los dio.

martes, 24 de marzo de 2015

El manjar inmundo, Javier Quevedo Puchal


Recibí este libro por sorpresa de la editorial Punto en boca. Me encanta recibir libros sin esperarlos, aunque después de la reseña de Cómo seducir a un hetero no esperaba ninguno más. Y el que recibí lo abrí con miedo, no fuera a ser que no me gustara...

El caso es que leí el argumento y me entusiasmó. Es un libro de relatos cortos, todos ellos basados en los cuentos de hadas clásicos, pero con un sorprendente giro de tuerca. Un giro que los convierte en algo oscuro, viscoso incluso. En algo que no te gustaría encontrarte en una habitación oscura. Es un libro muy gótico, y a mi lo gótico me encanta.

Acabé mi lectura y me lancé a por este. Me gustan los libros de relatos porque puedes leer de a poquitos, pero pronto lo tuve que descartar para el momento lectura del desayuno porque casi llego tarde a trabajar. Me enganchó de tal manera que no era capaz de dejar de leer ni siquiera frente al peligro de una amonestación por impuntualidad.

Lo primero que debo resaltar de la novela de Quevedo Puchal es su presentación. Primero unas palabras del autor, cosa ésta que me encanta. Me gusta mucho cuando los autores añaden, al principio o al final, unas palabras que cuenten por qué se vieron impulsados a escribir la obra. Me acerca a ellos, los hace humanos, y de paso sacian una curiosidad que en mi es innata. Después de esto, una presentación de la obra a cargo de Santiago Eximeno y David Jasso. Es una presentación muy original, en la que, en una supuesta carta al director de un periódico, un padre indignado se queja de cómo lo que iba a ser un cuenta cuentos para niños se convirtió en una escena de pesadilla porque, por asuntos de azar, Javier Quevedo Puchal les leyó a los niños El Manjar Inmundo.

Y de ahí, ya con el motor a ralentí, preparados para lo peor, vamos de lleno a los cuentos. Son trece relatos, número que me imagino no será por casualidad, a cada cual mejor. Cuando leo libros de relatos siempre me asalta la misma duda: ¿los comento por separado, o en conjunto? En este caso voy a hacer el comentario del conjunto, porque el estilo no cambia en ninguno de ellos, no así sus historias, y por supuesto, sus atmósferas.

El único hilo conductor, aquello que los une, son los cuentos de hadas. Todos ellos están basados en cuentos clásicos, pero con un toque bien distinto. Los cuentos originales están en el imaginario de todos, en el mío también. De hecho, tengo muy presentes muchos de ellos, pues cuando era pequeña en casa teníamos un ejemplar de los Cuentos de los Hermanos Grimm (Editorial Alianza), y lo leía una y otra vez, admirándome y a la vez sorprendiéndome de lo distintos que eran los finales a los de Disney.

Aquí todos ellos son oscuros, sacan lo peor de las personas y lo personifican en seres que dan miedo. Y fascinan. Y enganchan con sus historias oscuras de ambiciones, juventud perdida y bajas pasiones.

Hay otro rasgo en común en todos los cuentos, y es lo maravillosamente bien escritos que están. Tiene Javier Quevedo Puchal una prosa nada sencilla, cargada de buen vocabulario, que ha causado una profunda envidia en la escritora amateur que soy, y una gran felicidad como lectora, ya que sé que yo nunca llegaré a escribir así, pero me alegra mucho que alguien lo haga para mi disfrute.

Doy las gracias a la editorial por haber podido descubrir al autor, al que ya guardo en mi lista de: leer todo lo que publique. Y recomiendo la obra, encarecidamente. Es una visión distinta de algo que ya conocemos todos, lo que la hace muy interesante. Que esté tan bien escrita es un plus que la hace deseable para el público en general, imprescindible para los amantes del terror y las novelas góticas.

Por si alguien le quiere buscar en twitter: 

jueves, 19 de marzo de 2015

Mamá en apuros: electrodomésticos malditos





Esta semana tuve problemas para publicar la reseña de los martes, y es que lo tuve que hacer desde Nettie. Nettie, para más señas, es mi netbook, uno muy normalito con sistema operativo android que vale para lo que vale, que es escribir y poco más. Pero Nettie, amor mío, yo te sigo queriendo aunque sea prácticamente imposible publicar una entrada en el blog contigo, así que por favor, déjame escribir esto ahora, y deja de ponerte imposible...
Pero el problema no es que Nettie se niegue a colaborar, el problema es que tengo el ordenador de mesa, el que uso para retocar las fotos, para publicar reseñas, y para navegar más a gusto, se ha roto. Fue Papá en Apuros a mirar unas cosillas en internet el domingo y se lo encontró en el suelo convulsionando. Tan solo iluminaba un piloto verde. Era su único signo de vida. El mismo lunes, a primera hora lo llevé a arreglar. No puedo vivir sin ordenador, a lo mejor es triste, no lo sé, pero es así, no lo puedo remediar.
Esto me ha hecho pensar, y hacer cuentas... La verdad es que tengo muy mala mano para los electrodomésticos, pequeños o grandes. Si me paro a enumerarlos, me sale una lista bastante larga de decesos. ¿Seré yo? ¿Tendré demasiada electricidad estática en el cuerpo?
La lavadora se me murió en octubre del año pasado. Y era la segunda que teníamos. La primera me la dejaron con el piso y en cuanto pudimos la cambiamos. Bueno, en cuanto pudimos y en cuanto se la cargó Papá en Apuros porque creía que admitía diez kilos y sólo podía con cinco. Aunque la segunda es verdad que llevábamos más de diez años con ella, y ya sabemos que hoy en día no hacen lavadoras como las de antes, que les ibas cambiando piezas y te duraban veinte años. No, hoy día te las hacen con piezas más endebles, diseñadas para durar una media de diez años (con suerte), y si se rompe algo tienes dos opciones: si eres manitas arreglarlo tú misma (o tú mismo), o comprarte una nueva. Yo ni me planteé llamar a un técnico, solo por venir a casa has pagado la mitad de una lavadora nueva. La otra mitad te la cobran en mano de obra y piezas. Te gastas lo mismo y tienes el electrodoméstico viejo, no señor.
Sin salir de la cocina tenemos el misterioso caso de los microondas. Hemos tenido tres o cuatro, ahora mismo me falla la memoria. El más reseñable salió ardiendo de forma casi espectacular (una llama interna que se extinguió enseguida), pero es que creo que nunca superó que cierta persona le metiera un huevo para cocerlo y éste explotara. No quiero dar pistas, pero Papá en Apuros no fue y esto fue antes de que naciera MiniP... El último simplemente dejó de calentar. Daba vueltas y vueltas, pero dejaba todo frío. Yo creo que se cansó y se declaró en huelga, pero lo tiramos sin llegar a preguntarle. Actualmente estamos sin microondas, y salvo contadas ocasiones (para hacer palomitas) no lo echo de menos.
Lo de las cafeteras no lo cuento, porque hemos tenido unas siete, pero ninguna se llegó a romper. Las cambiábamos por capricho, y porque hasta que no compramos la Dolce Gusto no me he llegado a terminar un café.
Tuvimos un aspirador que duró doce años. El pobre, que no era de muy alta gama, murió de viejo. Tuvo una vida difícil, no tengo alfombras, pero sí un gato que suelta pelo a mansalva, y además lo utilizaba para aspirar los pocos bichos que me encontraba por casa, que me dan mucho asquito. Le explotó la bolsa de papel en varias ocasiones (no me daba cuenta que estaba lleno hasta que se negaba a aspirar), pero estuvo al pie del cañón durante toda su vida útil. Y murió con las botas puestas, y sin hacer un ruido. Como un campeón. Para sustituirle me regalaron otro, con depósito en lugar de bolsa, con líneas aerodinámicas, una gama superior al anterior. Pues no me duró ni medio año. Y eso que a este, como el depósito era transparente, sí que lo vaciaba a menudo. Pero un día, en mitad de la faena, explotó. Sí, explotó. Hizo un ruido terrible, y empezó a echar humo por la zona del motor. Olía terriblemente mal, a quemado, y el humo era negro. Lo miré durante cinco eternos segundos, sin saber si ir a por el extintor que hay en la escalera del portal o qué hacer, hasta que reaccioné. Lo desenchufé y le vacié una jarra de agua en la zona donde salía el humo. Fue a la basura sin honores, por traidor.
El más espectácular fue el secador de pelo. Este sí que me había durado durante muchos años, pero porque, como ya he comentado en otro post, no suelo usarlo mucho. Pero desde que nació MiniP sí, un día sí y otro no desde hace más o menos dos años, que es cuando le dejé el pelo largo. La hora del baño es una de las más divertidas del día, y para entretener a la peque y que no proteste mucho hacemos el tonto. Pues ahí estaba yo, secándole el pelo, emocionada. MiniP me decía: "qué fuerte sopla", y se reía. "Pues aún tiene otra velocidad más, ¿quieres que la ponga?" "Sí, sí", y palmeó. Y yo, plena de felicidad, le di a la tercera potencia del aire, la máxima. A los dos segundos la tapa trasera del secador salió disparada, y con un "plof", dejó de funcionar. MiniP me miró, yo la miré a ella, y nos echamos a reir. Era lo único que podíamos hacer...
Espero que me devuelvan pronto mi ordenador, que está en proceso de reparación, a ser posible antes del viernes, aunque lo veo complicado. Por cierto que es el tercero que ha entrado en casa, menos mal que esta vez ha tenido arreglo, sin costar más de medio riñón...

martes, 17 de marzo de 2015

La Confesión de Constanza, Christophe Paul

Me uní a esta lectura conjunta gracias a un mail que me enviaron desde el departamento de prensa de Christophe Paul. En el me ofrecían el libro en edición electrónica, dedicado por el autor, en un mail tan personal que me ganaron. Últimamente falta tanta educación en las relaciones telemáticas que solo por la molestia que se tomaron para hacer de esa comunicación algo más que un simple mensaje de copia y pega decidí apuntarme. Eso y que me hacía gracia lo del ebook dedicado.
Me apunté a la lectura conjunta que organizaban conjuntamente los blogs La orilla de los Libros y Leer es Viajar, y a los pocos días me llegó el ebook. Me vino bien, pues estaba leyendo un libro de relatos, en papel, y el kindle me gusta más para ciertos momentos de lectura, como por ejemplo el desayuno, así que compaginé ambas lecturas. Me he apañado porque no tenían nada que ver la una con la otra.
Antes de empezar quiero dejar claro que todo autor merece mi respeto. Escribir, lo sé por experiencia, no es un trabajo sencillo. Es solitario, te lleva muchas horas de estar frente al ordenador, algunas frustraciones y también satisfacciones. Pero cuando me ofrecen un libro para leer y reseñar, yo lo que ofrezco a cambio es mi sinceridad. Y desde mi más profunda honestidad escribiré esta reseña. Con respeto, pero advierto desde ya que no va a ser una reseña positiva.
Lo primero que me falla es el narrador. El autor ha escogido un narrador semiomnisciente, lo cuenta una tercera persona pero desde el punto de vista del personaje, pero hay momentos en que emite juicios de valor. Por ejemplo ha habido una frase que me hizo poner los ojos en blanco, del narrador: "Una sonrisa maquiavélica se dibujó en sus labios sensuales y sus ojos brillaron con un destello preocupante". Que yo me pregunto, ¿preocupante para quién? Y además debo creer al narrador cuando dice que su sonrisa es maquiavélica y sus labios sensuales. Todo, absolutamente todo te lo cuenta, no deja que los personajes hablen con sus actos, que nos muestren sus sentimientos, no deja al lector lugar para imaginarse nada, lo que ha hecho que no empatice con ninguno de los personajes.
Y no ha habido ninguno con el que me sintiera identificada porque a los personajes les falta profundidad. Son muy estereotipados. Constanza, la gran protagonista que lleva el ritmo de toda la historia, es la más inestable de todos. Porque a veces es muy lista, pero otras muy tonta, y esa dicotomía no está lo suficientemente afianzada como para ser creíble. Los malos son muy malos, malísimos, de película de serie B. Son los típicos mafiosos que se creen dueños del mundo, pero sin matices, sin claroscuros.
Hay otros secundarios que tampoco me trago. La inocente criada que tiene un lado secreto y avispado, pero me pasa lo mismo, no está explicado. El policía extranjero que comete errores de novato. No, hay algo que falla en cada uno de ellos, no tienen un respaldo lógico sobre el que sustentar las dobles caras.
La trama no está mal, te engancha, tiene tensión, pero le falta un poco de veracidad. No es que yo sepa nada de mafia, pero he visto muchas películas y no me creo que los mafiosos hablen así, ni que actúen como lo hacen en la novela. Fallan mucho los diálogos entre los de la mafia, parece que el narrador nos quiere contar lo malos que son y no tiene otra manera que haciéndoles hablar entre ellos, pero lo único que consigue es estereotiparlos.
Y lo peor, lo peor de todo, ha sido el machismo que rezuma toda la obra. Entiendo que Constanza sea una mujer anulada, y entiendo que los personajes sean machistas porque el guión, por así decirlo, lo exige. Pero los personajes. No la obra. El narrador debería ser neutral y no lo es. Se me han quedado grabadas dos frases del libro, que son la muestra de lo que quiero decir:
"[...]  porque en cuanto obtuvo lo suyo, como buen macho dominador, Nathan abandonó el juego [...]"
"[...] se disponía a volver al panteón familiar para destrozar al pobre Vittore, pero la curiosidad femenina no se lo permitió."
Probablemente en el primer caso se hubiera solucionado si hubiera quedado más claro que el narrador estaba dentro de la cabeza del personaje, o a lo mejor yo no lo he entendido bien, pero en el segundo no queda ninguna duda. La curiosidad es femenina, como todos sabemos, inherente a la mujer... No, no me gusta y no lo voy a pasar por alto.
Por último recomendaría una pequeña revisión, porque hay un personaje que primero nos lo presentan como Ethan y luego pasa a llamarse Nathan.
En conclusión, el autor tiene un excelente encargado de prensa (que a lo mejor es él mismo, no lo sé, el caso es que ese tema lo lleva genial), pero para mi gusto debería revisar más profundamente su novela. Siento que esta lectura no haya funcionado, aunque creo que soy un garbanzo negro dentro de un cocido grande, porque, por lo que he visto, tiene muchas reseñas positivas. Para mi inexplicable, pero sobre gustos...

viernes, 13 de marzo de 2015

Mamá en apuros: ¡Nos atacan las orugas!



La semana pasada tuvimos alarma social en el colegio. Fui a recoger a MiniP, como de costumbre, y a la que nos íbamos me di cuenta de que la profesora de la otra clase hablaba con un par de mamás. Les decía algo de unas picaduras. No le di la mayor importancia y me fui con mi peque.

Mientras comíamos MiniP me estuvo contando que a un niño de 3 años le había picado una oruga. Me explicó que la había cogido y que se le había puesto la cara roja, y a otro niño el cuello.

- ¿Y tú has tocado las orugas?

- Noooooo.

MiniP no se acercaría a una ni aunque la obligaran, de modo que no le di más vueltas al tema y seguimos comiendo. Pero al rato entró un wasap. En el grupo del cole. El mensaje decía: "Chicas, me parece indignante que haya orugas en el patio del cole". 
 
Yo lo miré y no supe si reir o llorar. Desde luego yo no habría escogido la palabra indignante para referirme a orugas, porque como todos sabemos (que yo me enteré la semana pasada) a las orugas las llaman procesionarias, hacen filas enormes y recorren mucha distancia para buscar un lugar donde enterrarse y convertirse en polilla. A no ser que pongas una campana de cristal (o metacrilato) tapando todo el colegio no te vas a librar de ellas. Pero ni de orugas, ni de mosquitos ni bichos varios que poblan la arena del sitio de recreo. Y lo de la campana de cristal (o, insisto, metacrilato) como que no lo veo. El fin del patio es que los niños salgan al aire libre y se desfoguen un poco, y bajo un techo, por muy transparente que sea, no se consigue. ¿Alguien ha tenido tres días de lluvia a un peque encerrado en casa? Si es así, entonces entenderá lo que quiero decir.

Pero no se acabó la historia con ese wasap. Enseguida contestaron más madres. Y a cada mensaje a mi se me abrían más los ojos, como en los dibujos animados. Todas apoyaban a la primera, a la indignada.

"Qué fuerte".

"Esto no se puede consentir".

"Mañana deberíamos negarnos a que saquen a los niños al patio".

Yo me las imaginaba quedando ya para hacer pancartas. Fuera orugas, Madres Indignadas En Lucha Contra las Orugas, y cosas así. A esas alturas ya me frotaba las manos y una medio sonrisa asomaba a mis labios... En mi cabeza empezaba a escribir un post... Debo dar las gracias a las mamás histéricas del cole de MiniP porque sin ellas esta sección de Mamá en Apuros sería mucho más aburrida.

Por la tarde llevé a MiniP a la extraescolar, y ahí tengo a mi pequeño grupo MAA. Y todas somos mamás en apuros por algo, algunas somos un pequeño desastre andante, otras tenemos mala cabeza, otras lo tenemos todo junto... Pero hay algo que nos une, que nos define, y es la no tendencia a exagerarlo todo. Somos conscientes de que tenemos niños, no figuritas de vidrio, y los niños saltan, se tropiezan, se pegan entre sí. A veces llegan con moratones, otras con un pequeño corte... Y a algunos niños les da por tocar cosas que no deberían tocar. Pero no por eso armamos un escándalo ni movilizamos medio pueblo en manifestaciones (también tengo tendencia a la exageración, ya sé que no se llegó a tanto, pero déjalas un poco más de tiempo, que verás...) porque a nuestros vástagos les ha picado una oruga, o se han hecho un arañazo con la mesa o se han caído y se han dado de cabeza contra el suelo (esto le pasaba mucho antes a MiniP, que le pesaba mucho y aunque pusiera las manos siempre aterrizaba con la frente).

Una componente MAA lo dejó bien claro: "Lo siento por el niño, pero lo que tienen que hacer es enseñarle a que no se toca, y no dejar a todos sin patio porque uno no sepa distinguir qué es bueno y qué no".

Las demás casi la aplaudimos. También sugerimos que metieran al niño en una burbuja, de manera que no tuviera contacto con ningún alérgeno, así no le pasaría nada. De verdad que hay madres que acolcharían a sus hijos para evitarles cualquier mal, y de paso quitarles cualquier diversión.

Imagen sacada de aquí


Que yo me pregunto: ¿no han tenido infancia? Porque la mayoría son de mi generación, hay alguna más joven y alguna más mayor, pero el rango medio de edad anda por la treintena larga, de los que crecimos en los ochenta, prácticamente criados en la calle, hasta que nuestras madres nos gritaban por la ventana que subiéramos a casa. Éramos niños casi asalvajados, y ahora resulta que por una pequeña plaga de orugas vamos a llevar al niño al hospital.

También hay una cierta falta de confianza en el equipo docente. Tanto gritar y protestar, que si voy al ayuntamiento a quejarme y de paso hago unas pancartas, y no preguntaron lo más importante. Si lo hubieran hecho se habrían enterado que el ayuntamiento ya estaba informado, que mientras limpiaban o no ya habían tomado medidas preventivas, y que, como aviso, habían pasado a todos los niños (que fueron tan solo cuatro de cien los que tuvieron picaduras) por las clases para que todos tuvieran claro por qué no se deben tocar las orugas. 
Antes de que fueran las madres histéricas al ayuntamiento éste ya se había personado en el colegio. Primero barrieron el patio, luego buscaron el posible origen de los insectos, dos pinos enormes que están situados en una finca privada y abandonada. Se pusieron en contacto con los dueños para pedirles permiso para entrar a podar y quemar los nidos y fumigaron el patio. En cuestión de una semana el patio está limpio, sin rastro de orugas, y ya de paso ningún otro bicho, y lo que podía haber sido una simple anécdota se ha convertido en un Mamá en Apuros (pasará a los anales de la historia de la blogosfera...)

Espero ansiosa la próxima crisis...

martes, 10 de marzo de 2015

Un rostro en la multitud, Stephen King & Stewart O´Nan



Sinopsis (Amazon): Desde la muerte de su mujer, Dean Evers se pasa las tardes apoltronado en el sofá viendo partidos de béisbol. Durante una de estas tardes solitarias, mientras mira un partido de los Devil Rays contra los Mariners, la visión de una figura entre las gradas lo saca de su letargo. Dos filas detrás de la multitud, en el asiento asignado a un invitado especial, alguien le mira fijamente desde el otro lado del televisor. Es el rostro de una persona de su pasado, de hace décadas, de alguien que no debería estar en un partido de béisbol ni tampoco en ningún lugar de este planeta. Y así empiezan a desfilar por la pantalla personas de su pasado. Hasta que un día aparece la más terrorífica de todas.

Necesitaba algo ligero y de pocas páginas para rellenar un hueco, concretamente el del desayuno. Estoy leyendo un libro en papel, pero a la hora de desayunar me resulta más cómodo el kindle, por eso de que no se tiene que sostener abierto solo, y pasar las páginas es comodísimo con un solo dedo. De modo que revisé, a las cinco y media de la mañana, el contenido del kindle. Y me decidí por éste.

Stephen King para mi es un valor seguro, me gusta hasta lo malo de él. Aquí nos presenta una historia corta, escrita a cuatro manos. Esto se nota, pues no termina de ser el estilo de King, hay algo ahí que no termina de encajar, creo que es más bien en la forma de narrar que en la historia en sí. De cualquier modo es algo sutil, nada exagerado, y por supuesto no hace que el relato desmerezca.

Dean Evers es un jubilado viudo que pasa las tardes viendo el béisbol en la tele. Aquí se le ve el plumero a King, es un apasionado de este deporte que yo, personalmente, ni entiendo ni entenderé jamás. Hay descripciones de parte de los partidos, de entradas, estadísticas. La parte donde narra los partidos se me ha hecho un poco monótona, y eso que no los cuenta en plan petardo, pero aún así, que me estén contando un deporte que no entiendo se me hace cuesta arriba.

El resto es una historia bastante simple y algo predecible. Pero se hace entretenida. Los personajes de King, como siempre, son geniales, y eso que aquí la historia la sustenta uno solo. Pero los que aparecen en el recuerdo de Dean salen bien dibujados, con peso propio.

Ha sido una lectura sencilla y corta, que además me ha entretenido. Era justo lo que estaba buscando en el momento, aunque bien es verdad que no es de lo mejor de King.

viernes, 6 de marzo de 2015

Mamá en apuros: Soy la tonta del flequillo



Hace unos años, cuando aún no era mamá (aunque en apuros he estado casi toda mi vida) fuimos, por primera y última vez, de vacaciones con un grupo de amigos. En total éramos seis personas, de las cuales tan solo dos chicas.

El caso es que el viaje no salió muy bien. Papá en Apuros y yo no hemos sido nunca muy sociales, y eso de aguantar según qué cosas pues no nos sentaba muy bien. Nos gusta ir por libre, y parecía que todo lo teníamos que hacer en comandita. Un día propusimos un viaje en barco, y hubo polémica. Dos de los componentes del grupo, en contreto la otra chica y su pareja, no dijeron nada, ni que sí ni que no, hasta que estuvimos frente al mostrador para coger las entradas. Parece ser que sentó mal que hiciéramos una excursión con la que no todos estábamos de acuerdo.

Otro tema polémico era la puntualidad. Para cualquier cosa que quedáramos, la otra chica bajaba, por sistema, media hora tarde. Llegamos a engañarla con la hora, pero ni aún así, tardaba la vida en peinarse el flequillo, o esa explicación le quisimos dar. Porque, eso sí, cuando por fin se dignaba a aparecer, lo hacía sin una palabra de disculpa en la boca pero con el pelo perfectamente alisado y el flequillo sobre la frente como un muro estático.

El caso es que han pasado los años. Ya no hay contacto, el recuerdo de esas vacaciones (en las que pasaron aún más cosas que no vienen a cuento ahora) se ha quedado como una anécdota, y nos sirvieron de prueba para no salir con nadie más de viaje.

Todo este rollo viene al caso porque hace poco decidí un cambio en mi look. Llevo ya un par de años dejándome el pelo largo, y me apetecía cambiar sin un corte drástico. ¿Qué hice? Me corté el flequillo. Evidentemente fue mi peluquera, no yo. Pero no fui a mi peluquería habitual, decidí probar con la que le corta el pelo a MiniP, es vecina y estoy muy contenta con el trato y el resultado. Yo con el pelo tengo varios problemas además de muchas manías, y es que tengo mucha cantidad, y dos remolinos al frente que dificultan bastante el peinado. Le dije a la peluquera: corta, flequillo corto, que ya crecerá. Y se me olvidó añadir la palabra relativo. Relativamente corto, debí haber dicho. Cuando me acordé las tijeras ya habían hecho su trabajo, por encima de la línea franca que tengo marcada imaginariamente. Una frontera invisible, por encima de la cual el flequillo vence a la gravedad y queda de punta, en lugar de al estilo Cleopatra, que es como a mi me gusta.

Para poder superar ese efecto tengo que tirar de secador. Yo, que soy una bala duchándome, que me da pereza hasta echarme una gota de crema por no perder el tiempo, me vi abocada a peinarme. En mi vida me había visto en semejante tesitura. Yo, que en dos minutos me paso el peine, para desenredar y listo. Que me corto el pelo a capas y despuntado para que me quede bien con el secado al aire, y si no queda bien pasando, que una no tiene maña y mucho menos ganas de andar con cepillo redondo y secador tres horas para colocar un pelo que luego una brizna de viento te descoloca.

Pues le cogí el gusto al secador, oye. Venga con el aire para abajo, para domar el remolino rebelde. Y qué bonito el flequillito todo lisito, cada pelito en su sitio. Que después de desenchufar el aparato del demonio me quedo otros cinco minutos admirando la obra en el espejo, colocando pelos rebeldes. Y en una de esas me vino el fogonazo del recuerdo.
Asi queda el flequillo tras el paso del secador

Me he convertido en la tonta del flequillo. Soy como la tiparraca con la que tuve la infortuna de compartir vacaciones. No salgo de casa sin pasarme el secador, o (casi me da vergüenza reconocerlo) recurrir a otras prácticas menos ortodoxas. He llegado a ponerme una cinta en el pelo para que bajara el flequillo, en plan muñeca nueva en su caja. Sí, lo sé, está a punto de írseme de las manos.

Menos mal que me di cuenta a tiempo, y ahora de vez en cuando utilizo una horquilla. Cuando veo que la necesidad casi me puede, que mis manos tantean solas en busca del secador, respiro hondo, controlo la pulsación y me recojo el flequillo en un ladito, con un horquilla en lo que una amiga llama el peinado de la niña tonta. Lo que no voy a hacer es ir con el pelo de punta, por ahí no paso.

Eso sí, aún no he llegado tarde a ningún lado por peinarme el flequillo. Sabiendo la necesidad de peinarme el pelo rebelde, me preparo con más tiempo. Faltaría más, una se ha vuelto tonta, pero maleducada nunca.

Y mientras, espero que crezca lo suficiente para que el peso haga su trabajo, que sobrepase la línea roja y me pueda desintoxicar del uso del secador.

martes, 3 de marzo de 2015

Las Damas del Fin del Mundo, Ángeles de Irisarri



 
Sinopsis (web): Hace mil años, la señora Uzea, conocida como la Dama del Fin del Mundo, se retiró a las soledades del cabo de Finisterre con una docena de sirvientes, por poderosas razones. Allí pasó muchos años sin que nada sucediera, mirando el mar embravecido, y gobernando sus heredades pero, de repente empezó a llegar gente y más gente a aquel lugar solitario, quizá llamada por una luz que se aposentó en el cielo del promontorio y que era visible tanto de noche como de día.

Esto es culpa de Isi, como casi siempre. Todo lo que Isi propone a mi me parece bien, porque todo lo que propone es chulo y pocas veces no he acertado cuando he leído algo gracias a ella. El caso es que compartió en Facebook que Ángeles de Irisarri había puesto varias de sus novelas gratis para descargar en su página web, y yo, que no conocía a la autora, pero como buena española no desdeño nada gratis, visité dicha web y me las descargué todas. Por si acaso.

El si acaso no tardó en llegar: aprovechando que eran gratis, y que a Isi (¿no he dicho ya que esto es culpa suya?) le encanta la autora, propuso para febrero una lectura conjunta de Las Damas del Fin del Mundo. Yo andaba liada con Emilia Pardo Bazán, pero úlimamente me apunto a todas y ahí que me lancé. Sin paracaídas. Ya saldré.

Compaginé unos días esta lectura con la de doña Emilia, lo que parecía ralentizar algo, pero en cuanto terminé aquélla y pude ponerme de lleno con Irisarri me duró un suspiro. Como previa diré que me ha gustado mucho el estilo, particular, de Irisarri, y la historia alocada de las Damas me ha encantado. Como digo, pocas veces me equivoco si le hago caso a Isi.

Antes de meterme en harina, hay algo que ha hecho de esta lectura conjunta algo especial. Como lo organizó Isi, se le ocurrió a ella: comentar la lectura por mail. Generalmente se usa twitter para tales menesteres, pero en twitter yo me pierdo muchos comentarios, además del problema con los spoilers. No todo el mundo llevamos el mismo ritmo de lectura y puede ser que a tí te impacte algo de la historia, lo vayas a comentar, y resulte que le revientas a otro participante/lector algo importante. Con el comentario por mail esto se puede evitar. Primero pones el porcentaje de lectura (con esta era fácil, porque todos la leíamos en digital), luego varias líneas con puntos suspensivos y ya te puedes explayar. Si alguien ve el mail, decide si leerlo o dejarlo para más adelante. Además de que de esta manera te aseguras que cada comentario lo reciben todos los participantes en la lectura conjunta. No sé, yo todo lo veo ventajas.

Ahora sí, comento la lectura. Como ya he adelantado, me ha gustado mucho el estilo de la autora, aunque hay que reconocer que es muy peculiar. Primero por el tipo de humor. Cuenta los sucesos de forma seria, pero lo que sucede no es nada serio, dando lugar a enfados por parte de los personajes del libro y carcajadas por parte del lector. Menos mal que los personajes no se enteran, porque si no habría habido más que palabras, seguro. Quizá hacia el final se hace un poco cansino el estilo, porque tiene una peculiaridad: apenas tiene diálogo directo. La mayoría es diálogo indirecto, en plan: "Uzea preguntó por qué habían llegado hasta allí, y como le contestaron que siguiendo un astro, y el astro ya no lucía en el cielo, los dejó esperando en la calle".

Esta forma indirecta de narrar ya digo que al final se hace un poco pesado, pero en realidad es lo que le da chispa a la novela. Porque así el lector sabe lo que piensa cada uno de los personajes, no así entre ellos, que luego por eso vienen los malentendidos.

La historia es alocada. Casi sin pies ni cabeza. Uzea es el centro de la misma, ella y su castillo en el Fin del Mundo, y a su alrededor orbitan tantos los demás personajes como todas las tramas. Los personajes me han encantado, todos ellos, aunque evidentemente con algunos he empatizado mucho y a otros les he cogido manía. Cosas de lectora.

Con referencia a la trama tan solo tengo una pega, y es que hay un hilo argumental que hace referencia a uno de los hijos de Uzea que no entiendo muy bien por qué está ahí. No puedo concretar más porque haría spoiler (aunque a la hora de la trama no reviento nada), pero ocurre un hecho, al principio del libro además, y luego no tiene peso ni explicación de por qué ocurre ese hecho. Es algo, que si no apareciera en el libro, éste se leería igual, se entendería igual y se disfrutaría incluso un poquito más. Si algún día tengo la fortuna de encontrarme con la autora le pediré explicaciones.

El final de la historia ha tenido su debate en los mails de la lectura conjunta, pero a mi me parece un final correcto. De hecho no podría haber habido mejor final, de cualquier otra manera habría parecido demasiado artificioso.

Conclusión: tengo como cinco libros más de Ángeles de Irisarri en el Kindle y los tengo ya en mi lista de lectura. Recomendable, sin duda.