viernes, 8 de mayo de 2015

El Cumpleaños de Mamá en Apuros



Me encantan mis cumpleaños. O me encantaban. Ahora los años caen como una losa sobre mi espalda, y me miro al espejo y no los veo. Aunque supongo que los demás sí, por la cara que ponen cuando intento colar que tengo veinticinco.

Pero aún queda algo de esa alegría infantil por celebrar mi cumple. Por decirle a todo el mundo que es mi cumple, recibir felicitaciones, besos y demás. Supongo que será una reminiscencia del colegio. Cuando yo era pequeña nos dejaban llevar bolsas de chuches (ahora ya no), y las repartíamos por las mesas, siendo protagonistas por un día. Ahora les ponen corona y todo, pero solo puedes llevar galletas y zumos.

Pero tengo la suerte o la desgracia (aún no lo tengo decidido) de cumplir a primerísimos de mayo, con lo que mi día especial de vez en cuando cae en el día de la madre. Cosa que no me importa, pero algo de protagonismo se diluye entre tanta felicitación publicitaria, sobre todo ahora que soy Mamá en Apuros.

Este año ha sido uno de los afortunados, y por si lo estáis pensando, no, no me he llevado regalo extra. Bueno, un poco sí. Una pulsera que mi hija hizo, seguro que con mucho amor, en el cole, y unas zapatillas de correr moderadamente caras (así que cuenta como dos regalos juntos, o no, no lo sé...)

El caso es que llevaba algunos años haciéndome la remolona y echándole un poco de morro a la vida. Bueno, sobre todo el remolón y el morro lo echaba Papá en Apuros, que de asocial que es casi es asceta, y no le gustan nada las celebraciones. Luego el caso es que estando metido en harina le ves en su salsa. Él dice que finge y eso me acojona un poco. Si es capaz de actuar tan bien... ¿cuántas no me habrá colado? Aunque eso es otro tema y casi prefiero ni pensarlo.

Le echamos morro porque, con la excusa de que cae en o cerca del día de la madre, y con la excusa de que tenemos que ir a ver a nuestras respectivas, nos ahorramos una fiesta y llevamos una tarta a cada casa. Allí nos intercambiamos regalos y hasta otro año.

Pero este año Papá en Apuros hizo la pregunta envenenada...

- ¿Y si esta vez lo celebramos en casa?

Y en el jardín que nos metimos.

La idea estaba bien. Teníamos viernes y sábado para preparar la casa y todo lo demás. Aunque nos salvó la vida que las fiestas ya no son lo que eran y el ahorramás del barrio abrió por la mañana. Porque hasta el viernes no hicimos ni la lista ni la compra. Somos gente previsora, como podréis comprobar...

Pero entre que el viernes hicimos la compra, y el sábado nos fuimos a un cuentacuentos al Museo Naval de Madrid (si no lo conocéis os lo recomiendo), llegó el domingo y no habíamos limpiado. Como sabréis por post anteriores yo no suelo limpiar mucho la casa. Y Papá en Apuros tampoco. Pero cuando va a venir gente algo le pasa a mi cabeza, hacen mala conexión algunas neuronas y me vuelvo histérica trapo en mano. Pero por más que limpie y limpie y limpie siempre sigo viendo sucio. Es como una pesadilla. Una pesadilla en la mañana de mi cumpleaños, para más inri.

Recuerdo una vez, cuando era jovencita y aún vivía en casa de mis padres, que por escaquearme de limpiar me leí Lady McBeth en un rato. Y nunca lo hubiera hecho si no hubiera limpiado (paradojas que se dan), porque estaba en lo alto de la estantería, detrás de otra fila de libros. Mi madre no me mandó limpiar ahí específicamente (nadie iba a entrar al cuarto de estar, y ponerse a mirar si había polvo en la fila de libros más alta), pero mi paranoia ya estaba ahí por aquel entonces. Y con los años se ha agravado.

Eso sí, Lady McBeth me encantó y me marcó.

A veces pasa que invito a alguien a casa, limpio como una obsesa, y luego me llaman para anular. Vale, a veces no pasa, sucedió una vez, este invierno. Me sentó muy mal, fatal, tanto que a punto estuve de enfadarme con esa persona, pero recapacité a tiempo. Mi yo racional se hizo cargo de la situación, y consoló a la histérica limpiadora que llevo dentro, que estaba llorando en un rincón preguntándose por qué su trabajo no iba a lucir.

Y luego llegan los nervios. MiniP preguntando desde las ocho menos cuarto de la mañana, que fue cuando se levantó para irse a mi cama y felicitarme, que cuándo iban a ir los primos. Eran las cuatro de la tarde y seguía preguntando. Papá en Apuros y yo dudando. Que si la mesa es pequeña, que si no vamos a caber, que si no tenemos sillas. Cuando arreglamos el tema sillas (pedimos a los invitados que las trajeran, qué grandes anfitriones somos), nos dedicamos con todo nuestro histerismo al tema comida.

Tres pizzas, dos tortillas, un kilo de saladitos, embutido, salchichas cóctel, vinagritos (pepinillos, boquerones, y aunque no son en vinagre también entran en esta categoría las berenjenas), algo de picotear salado y alguna cosa que no recuerdo para catorce personas. Nos íbamos a quedar cortos. Se iban a ir con hambre. Si fuera poco ya que tenían que subir tres pisos (no hay ascensor), llegar a una casa sucia y traerse sus propias sillas, encima no iban a comer en condiciones.

Pero llegó la familia. Se fueron sentando. Pusimos la comida en la mesa (demasiado temprano, quizás, fue a la hora de la merienda) y la llenamos. No habíamos sacado ni la mitad de lo que habíamos comprado y ya no cabía nada. De hecho, algo de comida quedó en los platos.

Por cierto que hice firme propósito de no alterarme con los niños. Cuando se juntan los tres son más peligrosos que un tornado, y debo decir que se portaron relativamente bien (son niños), y que no me dejaron la habitación de MiniP como zona catastrófica. Eso sí, MiniP y PequeA (mi sobrino el pequeño) tuvieron un choque, del que ella salió con un pequeño chichón en la frente y él con un ojo morado. No se los puede dejar solos...

Bebimos, reímos, nos felicitamos. Seguimos bebiendo y comiendo. Le dimos el regalo a mi madre (a mi suegra se lo habían dado ya en casa), y me dieron mis regalitos a mi. Casi, casi, la mejor parte.

Pese a todo, merece la pena tener a la familia reunida. Aunque ya no estemos todos.

4 comentarios:

  1. Muchas felicidades aunque con retraso. Me he sentido muy identificada cuando viene gente a casa me pasa exactamente lo mismo. Muchos besos.

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    1. ¡Muchas gracias, GOIZEDER! Vaya, parece que no soy la única que lo pasa mal en las veladas en casa... ¿Se nos pasará alguna vez?
      ¡Besotes!

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  2. También me pongo histérica cuando viene gente a casa, así que me he sentido muy identificada. Y cuando ya pasa todo, siempre terminas diciéndote que no es para tanto. Pero para la próxima vuelves a estar histérica...
    Besotes!!!

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    1. Pues ya somos tres, entonces, MARGARI, mi club aumenta, jejeje. Y es verdad que cuando pasa y se van todos te dices: ¿y para esto me he puesto tan nerviosa? Y la siguiente vez igual... Un bucle infinito...
      ¡Besotes!

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