viernes, 15 de mayo de 2015

Mamá en apuros sale al campo



Soy una madre histérica. Ya lo sospechaba, pero la confirmación me ha llegado ese fin de semana, cuando nos hemos ido de excursión al campo.

Somos una familia que necesita oxigenarse. Creo que nos ha quedado claro por todos esos fines de semana en los que no hemos salido y hemos acabado por tirarnos los trastos a la cabeza, gritándonoso y los tres enfadados por tres cosas distintas. Hartos de esa dinámica, decidimos salir siempre que nos fuera posible. Cuando salimos al campo nos volvemos civilizados. Irónico, pero cierto.

Pero no estamos preparados. Nos guste o no, somos urbanitas. Con calzado urbanita, con mochilas urbanitas, y con pensamiento urbanita. La verdad es que se ha perdido un poco la tradición familiar de cuando yo era pequeña, que nos sacaban al campo, al río o donde fuera que hubiera naturaleza y nuestros padres llevaban el coche lleno de cosas que metían nuestras madres. La típica nevera en dos versiones, roja o azul, con el asa que si lo ponías hacia atrás la abrías y si no la cerrabas, con los cacharros azules para enfriar y kilos de hielo comprado en la gasolinera.

La bebida, que no faltara. Agua para los niños, cerveza y sangría para los mayores. Y la comida. Comida para un regimiento. Los filetes rusos, los de lomo, la ensalada de tomate con atún, tortilla… Más comida, mucha más comida, que si te quedaras en casa. Y te obligaban igual a comértela, por cierto. Nos sentaban en una piedra, o con suerte en una silla (la de los niños sin respaldo), a una mesa de camping que se tambaleaba, y te ponían un bocadillo que medía más que tu mano, la ensalada al medio, y un filete ruso en un plato de papel. Y no te freían un huevo porque no tenían sartén, que si no… Te servían el agua, si había suerte suplicabas por coca cola y te concedían el honor… Y tu madre te decía:

- Come, niña, que hoy estás gastando.

Y el caso es que tenía razón. Mirabas toda esa comida que te impedía ir a jugar, y pensabas que tardarías siglos en zampártela, pero en un abrir y cerrar de ojos te comías todo lo que te habían puesto y medio bocadillo de mi hermana si se descuidaba.

Pero las madres de antes eran sabias. Tenían esa sabiduría que les daba la vida, y la razón que les daba la zapatilla o la colleja (según versiones). Pero yo no. Yo soy una mamá en apuros, que apenas superó la etapa loca de la niñez, y yo no voy tan preparada al campo. Para empezar, no tengo nevera roja, y sin eso creo que no me dan el carnet de madre excursionista.

Nosotros, urbanitas y modernos, nos preparamos con una botella de agua (fría, eso sí), y unos sándwiches de media mañana. Porque comer comeríamos en algún restaurante de la zona. Porque nosotros lo valemos.

Pero el caso es que tampoco es igual la forma en que nosotros salimos al campo a cómo lo hacíamos cuando éramos pequeños. Ahora tanto Papá en Apuros y yo lo que buscamos es actividad física, una ruta senderista, o algo sencillo para hacer en bici. Entonces yo recuerdo que los mayores se sentaban a comer y a beber, y a veces, solo a veces, jugaban un partido de fútbol. Hecho que les pasaba factura al día siguiente, claro…


Para este pasado domingo nosotros elegimos el cañón del río Duratón, que está en Segovia, a hora y media de donde vivimos. Cogimos los sándwiches, el agua, en la mochila eché mi kit de mamá en apuros: suero, tiritas, crema para los golpes, toallitas húmedas y, por una vez y sin que sirva de precedente, pañuelos de papel. (Nunca suelo llevar pañuelos de papel, por más que los necesito siempre). Y para el coche, el dvd portátil. Prefiero viajar escuchando los diálogos de Frozen que a MiniP berreando porque se aburre. Para mí, el dvd portátil es de los mejores inventos de la era moderna, junto con el ibuprofeno. Ambos, además, me suelen evitar el dolor de cabeza.


Y allá que nos fuimos. Después de lo que pareció una eternidad con el Suéltalo, suéltalo, y una carretera que parecía que no se había mejorado desde la Edad Media, llegamos. Y aquello era precioso.

Plena naturaleza. Donde aparentemente solo hay llano, te encuentras con que, si miras hacia abajo, descubres un corte en la tierra, y tu llano se ha convertido en lo alto de un precipicio. Por debajo, dando forma a los cortados, el río fluye como si con él no fuera la cosa. Como si la vida que hay a su alrededor, e incluso en su interior, no fuera gracias a él. Los buitres sobrevuelan el lugar, compitiendo en destreza con los cuervos.

Da la impresión de que hasta cuesta respirar, de lo limpio que es el aire.

Todo es verde. Todo menos las piedras, claro. Y piedras hay a montones, como si un gigante que cargara un cargamento se le hubiera volcado justo ahí. No había otro sitio. En una especie de islote hay una ermita, la de San Frutos, que en el siglo VII vendió todas sus posesiones y se fue a vivir allí santamente. Y digo yo, no sé de qué otra manera se podía vivir allí, si no hay distracciones en el siglo XXI, imáginate en el VII…

Pero donde hay piedras, hay peligro. Y no solo piedras, también acantilados. El camino es una especie de puente (ancho, muy ancho), y por ambos lados hay visibilidad (y caída) al agua. MiniP es una niña inquieta de cuatro años que no es capaz de estarse quieta ni durmiendo. Ahí apareció la histérica que hay en mí.

Desde que nos bajamos del coche no paré de gritarla. Y es que no lo podía evitar. La veía tropezando y rodando precipicio para abajo. En mi cabeza se repetía en bucle su imagen dando vueltas y vueltas, sin poder pararla.

Pero, para llevarme la contraria, supongo, MiniP no tuvo ni un tropezón. Ni uno. Y hablamos de una niña con mis genes, que se tropieza con su sombra… Y esto me crea un sentimiento contradictorio, porque por un lado me alegro que mi pequeña estuviera a salvo pese a subirse en toda piedra que encontró, pero por otro me da mucha rabia equivocarme… Podría haberse tropezado un poco, ¿no? Nada grave, sin llegar a caída, lo justo para poder decirle: ¿ves? Te lo dije…

Ahora me siento un poco mala madre…

Con tropezones o sin ellos, al final lo pasamos muy bien en nuestra excursión en familia. Habrá que repetirlo…




6 comentarios:

  1. ¡Ja, ja, ja! Qué malvada eres. Seguro que si se hubiera tropezado tras el "ves? Te lo dije" se habría llevado un coscorrón... xD

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    1. No, LADY, no soy de dar coscorrones... Aunque es probable que me quedara con las ganas...

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  2. La culpabilidad es inseparable de la maternidad. Nevera tengo eso sí azul ¿dónde tengo que solicitar el carné de madre excursionista? Haber ido de pequeña con la familia, de mayor con amigas y con Pablo y desde el año pasado también con el peque de camping a la playa curte mucho jejeje. Muchos besos.

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    1. Qué razón tienes, GOIZEDER con lo de la culpabilidad... El carné creo que te lo dan después de varias caídas, te llega a casa con una caja de tiritas... Jajajaja
      Yo lo de las excursiones sí, pero el camping no me llama nada... Ya veo que tú eres de las expertas... Ya nos darás lecciones a las que las necesitamos.
      ¡Besotes!

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  3. También tengo nevera! Y soy de las que cada vez que sale a hacer excursión no me falta ni la tortilla, ni el filetito de pollo empanado ni un buen paquete de patatas. He aprendido de mi madre! Y estoy de acuerdo, el dvd portátil es un gran invento! Porque mi hija es un poco pesadita para los viajes largos. Pero con el dvd, no se escucha para nada.
    Besotes!!!

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    1. A mi lo que más me gustaba de las excursiones eran los filetes rusos, que nos dejaban comerlos con las manos... Ahora no llevo filetes rusos, pero sí tortilla, y mi ensaladita que no me falte... Ni las guarrerías, of course.
      El DVD es lo mejor que han inventado después de la biodramina. Jajajaja.
      ¡Besotes!

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