Mi abuela era una experta tejedora. Hacía ganchillo como si no costara. La recuerdo siempre con sus agujas, sus hilos, sentada al amor del brasero en invierno con la tele puesta, a la sombra en verano y un proyecto siempre en marcha.
Hacía de todo. Cortinas, tapetes, sombreros, jerseys, vestidos para muñecas, puntillas para las toallas. Yo de hecho conservo aún tapetes para las mesas (guardados), y una colcha que tejió a cada una de sus nietas (excepto a mi prima R., que le hizo cortinas porque la colcha se la hizo su otra abuela), y que guardo como oro en paño porque eso sí que es una obra de arte.
Cinco de sus siete nietos éramos niñas. Y como niñas que éramos, nuestro deber era aprender a hacer ganchillo. Sí, tuve una infancia marcada por el machismo, pero era el signo de los tiempos. Aún así, yo intentaba escapar de los yugos. Mi abuela consiguió enseñar a casi todas. Casi…
Mi hermana la mayor, a pesar de algunos problemas iniciales, aprendió con la abuela. No sé qué edad tendría, yo apenas me acuerdo, pero cuando mi abuela le dio una aguja de ganchillo (el crochet que le llaman ahora), se dio la vuelta, y mi hermana debió de entender mal o algo porque a la que la mujer volvió se la encontró con la aguja clavada de parte a parte en la mano. Suerte tuvo de que se atravesó la parte magra, en la base del dedo gordo hacia la palma, porque no tocó ningún tendón. Y eso que se hubiera hecho unos puntos altos aderezados con media vareta que le habría quedado monísimo…
Después de esa, que es una historia mítica en mi familia (como el caso que involucra a dos niñas, una sopera y la correa de un perro, pero eso lo contaré otro día), mi hermana perseveró, y mi abuela también con ella, y consiguió convertirse en experta del crochet. De todos modos a ella siempre le gustó más que a mí todo el tema de hilos, agujas, y demás.
Mis primeros trabajitos con el ganchillo. No todo son tapetes. |
A mí no. Yo estaba más preocupada de salir a la calle a jugar, a darle patadas a un balón,o por quedarme a ver dibujos en la tele. Recuerdo como una tortura los ratos de siesta en el pueblo, en el que nos sentaban a las niñas y nos ponían a coser dobladillos de servilletas. Y punto para atrás: Pi, que te tuerces… Yo cada vez daba el aguijonazo más lejos y quedaban unas puntadas inmensas. Claro, así acababa antes, se lo entregaba a mi abuela, con una sonrisa, y antes de que me pudiera decir lo mal que estaba, salía corriendo. A veces me salía bien el truco y escapaba (a jugar con mi primo a la gamberrada de turno), pero a veces mi abuela me sujetaba con una escuálida, pero más firme que el hierro, mano, me regañaba por lo mal que estaba y me obligaba a repetirlo. Y otra vez puntada para atrás.
Con el ganchillo me pasó algo parecido. Primero, me resultaba aburrido. Segundo, odiaba los tapetes que decoraban las mesas y los muebles. Eran un petardo, los tenías que quitar para sacudirlos y limpiar el polvo del mueble, y luego los tenías que colocar exactamente como estaban. EXACTAMENTE. Y tercero, me parecía complicadísimo. Si me hubieran intentado enseñar física cuántica no lo habría pasado tan mal.
Este búho lo hice para un regalo y casi me lo quedo de lo mono que quedó |
Empezaba mi abuela dándome una aguja de ganchillo, que no era otra cosa que un palito de metal, algo más pequeño que un lapicero pero mucho más fino, con una punta doblada. Y luego me daba el hilo. Parecía hilo de pescar de lo fino que era. ¿Y qué pretendía que hiciera con eso? ¿Un tapete? Yo miraba el material a emplear, y lo comparaba con el producto terminado (mirara donde mirara, tanto en el pueblo, como en casa de mi abuela había algo de ganchillo manufacturado por sus manos) y no me cuadraba la ecuación. Y luego miraba mis manos, probablemente sucias de barro o comida, y negaba con la cabeza. Eso no lo puedo hacer yo, pensaba.
Empezaba por la cadeneta. Eso sí consiguió enseñármelo. Una cadeneta, otra, otra más. Me hacía hasta gracia, quedaban los puntos como flechitas pequeñas y me lo ponía en la muñeca en plan pulsera. Pero luego quería que subiera filas. Me decía dónde tenía que meter la aguja y de dónde sacar el hilo. Yo la miraba y me preguntaba cuándo había aprendido chino mi abuela, si no había salido del país. Porque no la entendía nada.
Por más que la buena mujer se empeñó, no conseguí pasar de la cadeneta (o punto cadena que lo llaman ahora). Era capaz de hacer kilómetros y kilómetros de cadeneta, pero no conseguía subir filas. Ni punto alto, ni punto bajo, ni media vareta… Idioma desconocido para mí. Hasta ahora.
Porque desde hace un año, más o menos, los planetas se alinearon, hubo un eclipse de luna que se vio desde algún punto del planeta, las perseidas iluminaron nuestra noche, y mi abuela se me apareció en sueños con una aguja de crochet en las manos… Vale, no. No soñé con mi abuela. Simplemente me dio el punto, le vi un juego de agujas de colores a mi hermana la pequeña, me dio la envidia y decidí que era hora de aprender. Que por cierto no sé qué hacía mi hermana con un juego de agujas de ganchillo, si ella tampoco consiguió aprender nunca. Ahora está poniéndose a ello (sospecho que por no descolgarse de nuestro club de los viernes familiar).
Creo que si mi abuela hubiera estado viva me habría pegado un pescozón. Y con razón.
Empecé por el principio. Me compré un juego de agujas de colores. Y luego, como no podía ir a la fuente del conocimiento original, porque por desgracia mi abuela falleció hace algunos años, fui al siguiente eslabón. Mi hermana M., la que se clavó la aguja. Desde entonces es la gurú de la aguja clavada en la mano…
Pues poco a poco, el chino mandarino que era para mí el idioma crochet ahora es español del de toda la vida. Dependiendo del grosor del hilo tengo más problemas para ver el punto (y por dónde he de meter la aguja), pero lo compenso cometiendo un error y no preocupándome por ello. ¿Qué mi labor no es perfecta? Tampoco lo pretendo.
En estos momentos, además, estoy participando en un movimiento solidario: La manta de la vida. Se trata de tejer mantas de varios tamaños para enviarlas a Siria. No a los refugiados que han escapado, sino a los que no han podido salir del país. He liado a mi madre y a mi hermana M. para ver si entre las tres conseguimos tejer una entera, y aportar así nuestro granito de arena. Por si a alguien le interesa aquí tiene toda la información, y en la web de la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio.
Ahora, ya de adulta, veo lo que veía mi abuela en el ganchillo. Es una actividad que realmente relaja, y para las que no somos capaces de estar mano sobre mano, es una buena manera de estar entretenida y socializar a la vez. Ahora sólo tengo que ver cómo puedo combinar leer mientras ganchilleo… Difícil lo veo, pero ya se me ocurrirá algo…
Gracias abuela, por haber depositado la semilla del amor por el crochet en mí, aunque por desgracia germinó tarde. Claro, que eso no fue culpa suya.
Realmente quiero aprender para hacerme una bufanda y poder crochetear cosas monas. Lo de las agujas fue un regalo porque en teoría con las amigas de la uni íbamos a hacer ganchillo juntas, pero luego al final nunca se puede...
ResponderEliminar¡Me encanta el búho! Yo creo que si la abuela hubiera hecho búhos, o muñecajos con hilos de colores hubiéramos aprendido más gustosas todas...
¡Besos!
Ya nos irás contando tus avances en este nuevo hobby. A mí nunca me ha llamado nada esto. Una amiga y mi cuñada se han apuntado a un curso de costura pero no es lo mío. Puedes ponerte audiolibros para ganchillear. Muchos besos.
ResponderEliminarFlipo con la historia de la aguja clavada... ¡qué daño!
ResponderEliminarAyer estuve con el grupo de tejedoras mallorquinas y alguna contó también eso de que las obligaban a tejer en verano a la hora de la siesta. Se ve que es una tradición extendida, jejeje. Eso sí, una contaba que está enseñando a su hijO de 16 años. :)
Y lo de tejer y leer... dicen que es posible, ayer también alguna dijo que ella lo hacía. Yo de momento, no. Sólo veo la tele, jeje.
Uys, lo de la aguja clavada me ha dolido con solo leerlo... En mi familia a nadie le ha dado por el crochet, así que en mi vida he cogido una aguja de éstas. Pero hace poco me dio por ahí, no me preguntes por qué, y con los videos del youtube he intentado aprender. Pero de la cadeneta no paso... Ni un tapete... ¿Algún consejito? Porque con las revistas tampoco me aclaro...
ResponderEliminarBesotes!!
Y si yo te contara que mi hermana ha aprendido viendo vídeos en internet, eso tiene que ser peor que el chino pero ella cose y cose, luego lo esconcha y vuelve a empezar.
ResponderEliminarIncreíble. Tengo experiencias muy similares a las tuyas: abuela , ganchillo, odio al ganchillo, incapacidad de niña para hacerlo: Sin embargo el otro día vi en la tele un programa donde aconsejan el ganchillo como terapia psicológica, como un modo de meditación. Y pensé: pues es verdad, qué sabia eran entonces en ese aspecto. Hoy día con esta vida loca que llevamos se nos ha olvidado todo eso.. No creo que me dé por ahí, pero te aplaudo la iniciativa.
ResponderEliminarBesos
Me siento identificada contigo... pero no con mi abuela: con mi madre (aunque realmente mi abuela enseñó a mi madre, también medio obligada). Hace unos meses le dije a mi madre que quería aprender a tejer, y aunque, como dices, al principio parece otro idioma y lo que ellas ven tan "fácil" parece un mundo, con práctica y constancia se consigue todo. De momento he tejido 4 bufandas, 2 gorros y un jersey. Ahora estoy también con el ganchillo, que me parece más fácil que tejer con dos agujas...
ResponderEliminarInternet, como dicen más arriba, también resulta muy útil. ¡Pero donde esté una madre o un familiar!
Me alegra pensar que ese conocimiento seguirá una generación más. Y pensándolo, ahora que no estoy en la adolescencia, me habría dolido que por cabezonería no me hubiera podido enseñar (y estos momentos que pasamos tejiendo y comentando las dos, que no los cambio por nada!).