Tenemos un gato en casa desde que nos vinimos a vivir aquí. Lo rescató Papá en Apuros de la nave donde trabajaba y lo llevamos al veterinario según llegó, plagado de bichos y famélico. Desde entonces me hace compañía, sobre todo a mí, que era la que pasaba sola más tiempo en casa.
Es por eso que me adoptó como suya. Los otros humanos habitantes de nuestro hogar son satélites, sabe que son de la familia, pero la que soy suya soy yo. Y a mi, para qué voy a negarlo, me encanta.
Pero desde que llegó han pasado ya catorce años, que eso en la vida de un gato ya son años, y entremedias han venido más habitantes: otra humana cachorra, que al principio no hacía mucho, pero que ahora le toca mucho las narices, y luego le metimos dos periquitos.
Pero ese no fue su primer contacto con un periquito. Eso ocurrió algunos años antes de que llegara la pequeña humana, MiniP. Mis padres se fueron de vacaciones y me quedé a cargo de Elvis, el periquito de la familia. Decir que Elvis era especial es quedarse corto.
Elvis el Periquito llegó a casa de casualidad, también. El por entonces novio de mi hermana había venido a Madrid a buscar trabajo con la intención de quedarse y casarse con mi hermana (y, lo que son las cosas, lo consiguió), y yendo a una entrevista de trabajo se encontró al periquito en la calle. No salió huyendo cuando se le acercó, de modo que le echó mano y lo metió en el bolsillo. Pasó la entrevista con el animal guardado y al finalizar lo llevó a casa, donde se quedó casi diez años, hasta que murió de viejo.
Debía ser un periquito doméstico porque venía ya enseñado. No tenía miedo de los humanos, se subía a tu hombro, al dedo, te dejaba que le dieras de comer. Es más, te pedía comida cuando te veía comer. Una vez casi le arranco la cabeza de un mordisco, ya que estaba masticando chicle, y él quería que le diera de comer, pero como no veía que me llevara nada a la boca, decidió averiguar él solo qué es lo que comía.
Cuando me quedé con él, yo, que no tengo una idea buena, decidí presentárselo a Yoda. Primero dentro de la jaula. El gato abrió mucho los ojos, lo olisqueó, e intentó meter la zarpa para ver qué era ese juguete nuevo que le había llevado. Se movía de un lado a otro de la jaula, intentando meter hocico o meter pata, muy valiente él.
Elvis le observaba, impasible. Se movía de un lado a otro, quizá evitándolo, quizá provocando al gato. Piaba de vez en cuando. Y se puso a protestar muy fuerte porque estaba enjaulado.
Cuando lo sacaba intentaba que Yoda no estuviera en la misma habitación que él, para evitar disgustos. Aparentemente tan solo le provocaba una gran curiosidad, pero no me fiaba (ni me fío). Pero un día, mi gato es muy espabilado, el periquito también, de modo que no sé muy bien cómo, nos encontramos con los dos bichos en la misma habitación, el periquito fuera de su jaula.
La pena fue no haberlo grabado. Porque fue todo un espectáculo. Toda la valentía de Yoda pareció escurrirse cola abajo, y ahora se mostraba cauto rozando a asustado. Elvis no. Elvis estaba en su salsa. La casa no era suya, pero a la humana la conocía de sobra, así que él se movía como acostumbraba. Se posaba en mi hombro, en la mesa, me mordisqueó unos folios que tenía por ahí encima. Lo normal.
Yoda se subió a la mesa junto al perico. Ahí estaba yo, atenta y con el corazón en un puño no fuera a ser que se lo zampara en un visto y no visto. Pero no, tan solo quería olisquearlo. Y Elvis, el muy puñetero, aprovechó que el gato acercó el hocico para picotearle los bigotes. Yoda le dio pequeños golpes con la pata, sin sacar las uñas, y se alejó. Pero Elvis le persiguió para picotearle más. Yoda le volvió a dar, sin sacar las uñas, y huyó de allí, hacia el pasillo. Elvis echó a volar.
Volaba en círculos, y de vez en cuando, como sin querer, pasaba rozando el lomo del gato. Yoda maullaba, y mientras volaba el periquito, no le quitaba ojo. Daba vueltas a la cabeza siguiendo su trayectoria, y otra vez que le pasó raso al lomo. La tercera vez, se posó.
Yo creía que me daba algo. Yoda se sacudía para quitárselo de encima y Elvis agitaba las alas para guardar el equilibrio. El muy pícaro sabía que le estaba haciendo de rabiar al gato y más aposta lo hacía. Al final le tuve que guardar para que mi gatito no me cogiera odio eterno…
Pero esto fue cuando Yoda era joven y tenía ganas de saltar y jugar. Ahora ya se dedica a dormir casi todo el día, y si puede hacerlo encima de mí, mejor que mejor. Hasta que nos ocurre un pequeño accidente cuando vamos a alimentar a la periquita y todo se descontrola… El otro día fui a ponerle comida a Blanca, que está solita en su jaula y en un momento acabamos con un circo.
De los dos periquitos que teníamos tan solo nos queda la hembra. El otro macho al final también murió. Ya no lo llevé a la tienda porque habían pasado unos meses, pero me pillé un cabreo tremendo. Los tres que cogí en la misma tienda, los tres difuntos. Tan solo queda Blanca, que la cogimos en una tienda de la misma franquicia, pero de otra ubicación.
Como decía fui a ponerle comida. Para ser exactos diré que fui a ponerle una golosina en un palo, colgado del techo de la jaula, para lo que abrí la puerta de la misma. Blanca, temerosa como es, comenzó a volar de un lado a otro de la jaula, hasta que, por casualidad, dio con la puerta y salió. La que se lió fue pequeña…
Claro, Blanca no es Elvis. No está acostumbrada a nosotros, y al gato a verle de lejos. Yoda, que ya le pillamos mayor pero aún tiene ramalazos, vio su oportunidad de investigar más allá de los barrotes y se puso a perseguir a la periquita por el salón. Y MiniP… MiniP, la pobre, se asustó. Yo iba detrás de la perica, intentando cogerla, a la vez que gritaba: “Sacad a Yoda, sacad a Yoda”, pero ni Papá en Apuros ni MiniP atinaban a cogerle.
La periquita voló hacia la cocina y ahí se me encogió un poco el corazón, no fuera a ser que estuviera la ventana un poco abierta (a veces pasa). Pero no, Papá en Apuros fue tras ella para asegurarse, yo aproveché para echar al gato al pasillo y cerrar la puerta, y acto seguido ayudar a Papá en Apuros. Iba hacia la cocina, Blanca volaba de vuelta y tuve el tino de cogerla al vuelo. Con las mismas, volvió a la jaula, ella con un susto de más y yo con un cacho de dedo de menos. Qué picotazo me metió, la jodía…
Pasado lo peor, pasamos a normalizar el asunto. Abrimos a Yoda, que se había quedado calladito tras la puerta, y entró mirando hacia arriba para comprobar si las cosas ya estaban en su sitio, y acudimos a consolar a MiniP, que se había hecho un ovillo en el sofá y sollozaba.
Tras un buen rato de mimos y de calma, consiguió decir que se había asustado porque creía que la ventana estaba abierta, y que se iba a perder la periquita. Pero yo creo que en realidad pensó que se iba a quedar sin la cuarta periquita, esta vez porque se la iba a zampar un gato. El nuestro.
Y es que mira que ha tenido mala suerte la pobre…
Por lo menos terminamos la experiencia con el mismo número de animales que la comenzamos…
Elvis era único, pobrecita mi niña!!!,😍😍😍
ResponderEliminarSí, MA, Elvis era único y me parece que irrepetible... Qué buenos ratos pasamos con él...
EliminarGracias por comentar, al menos ya no puedo decir que no me lee ni mi madre... ¡Besotes!
Es que habeis tenido muy mala suerte con los periquitos. Y sí, Elvis era la caña, molaba verle intentar comerse las letras cuando estudiaba. Lo que nos hemos reido con él!!
ResponderEliminarMala suerte es que se muera uno o se desplume otro, MAY. Perder tres periquitos de una misma tienda es una putada. Y mala publicidad para dicha tienda, a la que no pienso volver, por supuesto.
Eliminar¡Es verdad! Elvis se intentaba comer las letras, todavía tengo por ahí un cuaderno que me guarreó entero porque se manchó la lengua de tinta y luego manchó el resto de la hoja... Qué tiempos...
Gracias por pasarte, sister.
¡Besotes!
Cómo consigues meterme en escena! Si ya estaba sufriendo por Blanca... Menos mal que todo acabó bien. Y qué chulo Elvis! Yo nunca he tenido periquitos pero sí canarios, y no he tenido muy buena suerte con ellos. Me duraban poquito, los pobres. Excepto uno, al que le puse Rambo porque superó hasta una caída del cuarto piso en el que vivo. Se quedó ahí tontito el pobre pero empecé ahí a masajearlo, a darle calorcito, y duró un montón de años. Pero todas las compañías que le buscábamos, qué poquito duraron...
ResponderEliminarBesotes!!!
Muchas gracias, MARGARI, lo intento, de veras. Es de agradecer.
EliminarSí, menos mal que todo acabó bien, si perdemos a Blanca también me veo llevando a MiniP al psicólogo y yo a la cárcel por mala madre, por haberle creado un trauma con los pájaros.
Pobre Rambo también, sobrevivir a semejante caída... Gracias por compartirlo.
¡Besotes!
Vivir con animales te obliga a un trabajo de concienciación y de empatía. Dímelo a mí que vivo con un perro, 180 palomas mensajeras y 3 gallinas. Pero siempre el momento malo es cuando se mueren. Menos mal que convencí a mi marido de no enjaular pájaros. Les ponemos comida y agua en el jardín y que ellos se busquen la vida. Demasiada responsabilidad.
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