Las mamás lo sabemos todo. Tenemos la cabeza en mil sitios distintos, pero controlamos los mil sin problemas. Somos perfectas, o casi, y atendemos el teléfono mientras jugamos con nuestros peques y hacemos mentalmente la lista de la compra.
Pero yo no. Yo soy una mamá en apuros y a veces mi cerebro sale a pasear sin mi permiso. Aunque me autoengañe, como hoy, que me he levantado pensando que lo tenía todo bajo control y orgullosa de mi misma por cómo administro mi escaso tiempo. Pero empecemos por el principio.
Tal día como ayer, por decir algo, al ir a recoger a mi peque después del trabajo se me encendió la reserva. No me gusta echar gasolina con MiniP, la tengo que sacar del coche (jamás de los jamases la dejo sola dentro, es un miedo de madre, por si me roban el coche con la niña dentro) y me supone un engorro tanto desabrochar y abrochar cinturones, de modo que hice cálculos mentales. Unos 7 km hasta casa y otros 15 hasta el trabajo mañana. Apuro un poco pero sin problemas. De modo que quito el aire acondicionado (para gastar menos), bajo las ventanillas (con lo que gasto más, pero si no me achicharro) y decido recoger a la peque, aparcar en casa y echar gasoil al día siguiente (tal día como hoy).
Mi tarde transcurre normal. Siesta pasada por agua del sudor. Y paseo por el parque. Me bajo la mochila de la peque, con sus cosas, y traslado parte de las mías temporalmente, porque además hay que comprar. Compra, toboganes, cochecitos de feria y para casa. Ropa de deporte y a correr. Luego subir, acostar a la peque (que ya está cenada), ducha, cenar y dormir. Milagrosamente me acuerdo de cambiar la hora en el despertador, cinco minutos antes. Lo tengo todo controlado.
Por la mañana suena el despertador y lo apago. Aún lo tengo todo controlado. Para autoengañarme programo dos horas distintas, con 10 minutos de diferencia, para poder dormir los diez minutos de prórroga. Suena el segundo. Ufff, me cuesta un mundo levantarme, pero hago el esfuerzo.
Me siento en la cama y hago mis ejercicios de cuello. Me levanto y me estiro. Ahora viene el baile del que me siento tan orgullosa: cómo sacarle partido al tiempo por la mañana para poder dormir más. En el baño me limpio la cara (la rutina es nueva, forma parte de mi yo súper-mamá), me echo el tónico y la crema. También me peino. En el comedor (para no despertar a nadie) me visto y voy a la cocina para preparar el café y la tostada. Mierda, hoy me toca preparme la comida de media mañana, parece que no lo tenía todo controlado al final. Que no cunda el pánico. Un plátano y jamón serrano con dos tostas de pan. Ahora sí, al comedor a hacer el yoga matutino (sí, rutina nueva también, de súper mamá). Saludo al sol (versión wii). Miro el reloj. Aún estoy en hora.
Cocina y termino de preparar el café. Lo llevo al comedor y mientras desayuno voy leyendo. Tengo diez minutos. Cuando va a llegar la hora de irme, recojo la taza y me lavo los dientes antes de salir de casa.
Sonrío orgullosa. He conseguido hacer toda la rutina en el mismo tiempo y salir de casa con 5 minutos extras para parar en la gasolinera. Arranco y pongo la música. Soy una súper mamá rockera y voy cantando alegre. Ya en la carretera, fuera del pueblo, me doy cuenta.
Mierda. Mierda.
Mierdamierdamierdamierda.
Echo mano al bolso. Mierda. Mierdamierdamierda.
Un detalle pequeño pero importante. Ayer cuando bajé al parque metí mi monedero en la mochila de MiniP. Y ahora soy mamá en apuros: sigue en la mochila de la peque.
Maldigo mi suerte y aporreo el volante. En la cuesta abajo quito la marcha al motor para que gaste menos. ¿Y ahora qué hago? Sopeso mis posibilidades:
Darme la vuelta. Descartado. Primero porque llegaría tarde y segundo porque no sé si llegaría después a la gasolinera.
Llamar a mi madre para que me de dinero. Descartado. Está el hecho de que si la llamo a las seis y media de la mañana la voy a asustar. Y tampoco sé si ella tiene dinero en casa. Y, por supuesto, llegaría tarde.
Echarme a llorar. Uff, esta casi me convence.
Tirar para delante y que sea lo que dios quiera. Una opción extraña para una atea, pero es la que escojo. No sé si después de parar el motor y arrancar de nuevo tendré gasolina suficiente para llegar al surtidor, pero confío en que sí. Igual que confío en la generosidad de mis compañeras, a las que tendré que pedir prestado al menos 10 euros para el gasoil.
Llego al trabajo con un ánimo extraño, pero con tiempo de sobra. Yo que creía que estaba todo bajo control, y he perdido cinco valiosos minutos de sueño para luego nada. Y paso la mañana huraña, contando mi triste historia pero nadie parece entenderla en su profundidad. Y, lo peor de todo, nadie hoy parece tener dinero. Mierda. Mierdamierda.
Por fin las once, y yo con un hambre canina. Subo a la taquilla, y al coger el móvil un mensaje de P. "Estoy junto a tu coche". ¿Qué? Los ojos me hacen chiribitas como en el icono ( *o*), y corro a su encuentro. (Aunque tampoco es tan fácil: hay que bajar un piso y salir a la calle por un torno, cojo el plátano para el camino). Mi corazón va a cien, seguro que ha visto el monedero y ha venido a dármelo.
Pues no. No había visto el monedero. Pero había visitado a un cliente cerca de allí, y como era la hora de mi pausa, ha venido a verme. Como un príncipe azul, el día que más le necesitaba, ha acudido a mi rescate con diez euros en su cartera.
No me importa ser una mamá en apuros siempre que tenga a mi lado a papá en apuros.
Pero yo no. Yo soy una mamá en apuros y a veces mi cerebro sale a pasear sin mi permiso. Aunque me autoengañe, como hoy, que me he levantado pensando que lo tenía todo bajo control y orgullosa de mi misma por cómo administro mi escaso tiempo. Pero empecemos por el principio.
Tal día como ayer, por decir algo, al ir a recoger a mi peque después del trabajo se me encendió la reserva. No me gusta echar gasolina con MiniP, la tengo que sacar del coche (jamás de los jamases la dejo sola dentro, es un miedo de madre, por si me roban el coche con la niña dentro) y me supone un engorro tanto desabrochar y abrochar cinturones, de modo que hice cálculos mentales. Unos 7 km hasta casa y otros 15 hasta el trabajo mañana. Apuro un poco pero sin problemas. De modo que quito el aire acondicionado (para gastar menos), bajo las ventanillas (con lo que gasto más, pero si no me achicharro) y decido recoger a la peque, aparcar en casa y echar gasoil al día siguiente (tal día como hoy).
Mi tarde transcurre normal. Siesta pasada por agua del sudor. Y paseo por el parque. Me bajo la mochila de la peque, con sus cosas, y traslado parte de las mías temporalmente, porque además hay que comprar. Compra, toboganes, cochecitos de feria y para casa. Ropa de deporte y a correr. Luego subir, acostar a la peque (que ya está cenada), ducha, cenar y dormir. Milagrosamente me acuerdo de cambiar la hora en el despertador, cinco minutos antes. Lo tengo todo controlado.
Por la mañana suena el despertador y lo apago. Aún lo tengo todo controlado. Para autoengañarme programo dos horas distintas, con 10 minutos de diferencia, para poder dormir los diez minutos de prórroga. Suena el segundo. Ufff, me cuesta un mundo levantarme, pero hago el esfuerzo.
Me siento en la cama y hago mis ejercicios de cuello. Me levanto y me estiro. Ahora viene el baile del que me siento tan orgullosa: cómo sacarle partido al tiempo por la mañana para poder dormir más. En el baño me limpio la cara (la rutina es nueva, forma parte de mi yo súper-mamá), me echo el tónico y la crema. También me peino. En el comedor (para no despertar a nadie) me visto y voy a la cocina para preparar el café y la tostada. Mierda, hoy me toca preparme la comida de media mañana, parece que no lo tenía todo controlado al final. Que no cunda el pánico. Un plátano y jamón serrano con dos tostas de pan. Ahora sí, al comedor a hacer el yoga matutino (sí, rutina nueva también, de súper mamá). Saludo al sol (versión wii). Miro el reloj. Aún estoy en hora.
Cocina y termino de preparar el café. Lo llevo al comedor y mientras desayuno voy leyendo. Tengo diez minutos. Cuando va a llegar la hora de irme, recojo la taza y me lavo los dientes antes de salir de casa.
Sonrío orgullosa. He conseguido hacer toda la rutina en el mismo tiempo y salir de casa con 5 minutos extras para parar en la gasolinera. Arranco y pongo la música. Soy una súper mamá rockera y voy cantando alegre. Ya en la carretera, fuera del pueblo, me doy cuenta.
Mierda. Mierda.
Mierdamierdamierdamierda.
Echo mano al bolso. Mierda. Mierdamierdamierda.
Un detalle pequeño pero importante. Ayer cuando bajé al parque metí mi monedero en la mochila de MiniP. Y ahora soy mamá en apuros: sigue en la mochila de la peque.
Maldigo mi suerte y aporreo el volante. En la cuesta abajo quito la marcha al motor para que gaste menos. ¿Y ahora qué hago? Sopeso mis posibilidades:
Darme la vuelta. Descartado. Primero porque llegaría tarde y segundo porque no sé si llegaría después a la gasolinera.
Llamar a mi madre para que me de dinero. Descartado. Está el hecho de que si la llamo a las seis y media de la mañana la voy a asustar. Y tampoco sé si ella tiene dinero en casa. Y, por supuesto, llegaría tarde.
Echarme a llorar. Uff, esta casi me convence.
Tirar para delante y que sea lo que dios quiera. Una opción extraña para una atea, pero es la que escojo. No sé si después de parar el motor y arrancar de nuevo tendré gasolina suficiente para llegar al surtidor, pero confío en que sí. Igual que confío en la generosidad de mis compañeras, a las que tendré que pedir prestado al menos 10 euros para el gasoil.
Llego al trabajo con un ánimo extraño, pero con tiempo de sobra. Yo que creía que estaba todo bajo control, y he perdido cinco valiosos minutos de sueño para luego nada. Y paso la mañana huraña, contando mi triste historia pero nadie parece entenderla en su profundidad. Y, lo peor de todo, nadie hoy parece tener dinero. Mierda. Mierdamierda.
Por fin las once, y yo con un hambre canina. Subo a la taquilla, y al coger el móvil un mensaje de P. "Estoy junto a tu coche". ¿Qué? Los ojos me hacen chiribitas como en el icono ( *o*), y corro a su encuentro. (Aunque tampoco es tan fácil: hay que bajar un piso y salir a la calle por un torno, cojo el plátano para el camino). Mi corazón va a cien, seguro que ha visto el monedero y ha venido a dármelo.
Pues no. No había visto el monedero. Pero había visitado a un cliente cerca de allí, y como era la hora de mi pausa, ha venido a verme. Como un príncipe azul, el día que más le necesitaba, ha acudido a mi rescate con diez euros en su cartera.
No me importa ser una mamá en apuros siempre que tenga a mi lado a papá en apuros.
¡Me encanta esta anécdota! Es divertida (aunque en su momento no debió serlo) y tiene un final tan dulce... *o*
ResponderEliminarÁnimo, que para mí eres una supermamá!!
¡Besicos!
LADY, no, la verdad es que mientras ocurría no me hizo gracia, ya me veía empujando el coche por la carretera (y multada por los guardias, que te pueden multar si te quedas sin gasoil). Lo mejor es que es totalmente cierta. Cuando P. llegó a mi trabajo me quedé muerta... ¡Jajajja!
ResponderEliminar¡Gracias! ¡Besotes!
jijiji me ha gustado mucho.
ResponderEliminarY entiendo en profundidad el problema, porque yo también intento organizar mi tiempo para que esas cosas estén bajo control, y cuando algo se te descontrola por una tontería, da una rabia...!!!
Me ha gustado el final también, con príncipe azul, y con dinero en el bolso! :)
Besotes, super mamá!
Muchas gracias, ISI, no sabes lo que me gusta leer que te ha gustado mucho... Y sí, es un problema, pero la verdad es que no podemos tenerlo todo controlado, por más que nos gustaría. Habrá más mamá en apuros, espero que te sigan gustando.
Eliminar¡Besotes!
Hola guapa! ¡Cómo te entiendo yo tb soy mamá en apuros! He llegado hasta aquí por el profesional de Isi y veo que también coincidimos enLiterautas asi que me quedare por estos lares.
ResponderEliminarNos leemos. Un beso
¡Bienvenida, FILIAS! Gracias por venir y quedarte. Yo también he pasado por tu blog y me quedaré en él en cuanto arregle unos problemillas con mi netbook, que es donde llevo todo el tema bloguero. ¡Y que bien sienta no estar sola como mamá en apuros!
Eliminar¡Besotes!