Como ya he dicho en alguna ocasión, una de las pocas cosas que merece la pena del pueblo donde vivo es su biblioteca. Además del catálogo que tienen, organizan cuenta cuentos para peques, para mayores, y presentaciones de libros. Cosa que me encanta, porque ir hasta Madrid centro me supone mucho tiempo de transporte público. Todos sabemos que Madrid tiene muchísima oferta cultural, pero yo soy una pobre mamá que tiene que llevar a su peque a casi todas partes (al menos hasta las 7 de la tarde, que entra en turno Papá en Apuros). Por eso intento ir a todas las que organizan aquí, que, por suerte, son bastantes.
Esta presentación se había pospuesto 3 veces. Yo solo me enteré de la última, de antes de Navidades. Pero ya hubo otras dos. La primera no pudo ser por problemas de agenda. La segunda es que el periodista, el que presentaba el libro, estuvo secuestrado diez meses en Siria.
No hablo de otro que de Antonio Pampliega, oriundo de este pueblo, que saltó a la fama cuando fue secuestrado en el lugar del conflicto por querer contárselo al mundo. De todo dijeron en aquel entonces: desde las voces cuerdas y cabales que se preguntaban por qué tienen que secuestrar a periodistas en una guerra (para que no se sepa la verdad de lo que ocurre, obviamente), hasta voces que dijeron cosas tan disparatadas como que se iba allí de vacaciones. De vacaciones a una guerra, claro, porque los cruceros están muy caros.
Presentaba Siria. La primavera marchita. Confieso que fui pensando que era otro periodista que se aprovechaba de su reciente (y mal adquirida, nadie querría ser famoso por ser secuestrado) fama para vender sus libros. Iba con la idea preconcebida de que se sentaría tras la mesa, nos contaría cuatro cosas sobre el libro, otras cuatro sobre el secuestro, y nos animaría a comprar el producto.
No podía estar más equivocada.
Antonio Pampliega no nos presentó su libro. Nos presentó la guerra de Siria. Una guerra de la que no queremos saber nada, de la que nadie quiere hablar. Aprovechó su fama para llenar una sala que de otra manera no hubiera llenado, y contarnos la verdad incómoda que nadie quiere escuchar. Nos sentamos allí siendo unas personas del primer mundo, con nuestros problemas de primer mundo, sin saber de guerras, ni de islámicos más que lo que nos cuentan en los telediarios, y nos transportó a Siria, al horror, a la guerra, con tan solo unos vídeos y unos audios. Salimos convertidos en otras personas. Al menos yo salí siendo otra. Siendo consciente de la suerte que tengo de vivir donde vivo, pese a todo, pese a la mierda que nos rodea, aún tenemos casa y parques para que MiniP juegue. Tenemos una vida. Allí, en Siria, hace 6 años que ya no tienen nada. Ni casas, ni parques, ni vida normal.
Me fascinó Pampliega. Tiene grandes dotes de orador. Se transforma al transmitir. Antes del evento estaba en la sala charlando con sus familiares, con los allegados, mirando al resto con timidez. Daba sensación de ser una persona muy reservada, pero se transformó con la primera palabra que pronunció, y no cambió en todo el discurso. Es un gran comunicador. Nos presentó las imágenes y nos contó las historias que había vivido en sus diferentes viajes a Siria. Habló con muchísimo respeto de las personas que conoció allí, de los civiles, y no le dolieron prendas en catalogar tanto a los rebeldes como al régimen de hijos de puta. Sinceridad absoluta. Ningún bando es bueno, quizás empezaron peleando en defensa de algo bueno, pero en un momento dado se torció. Y allí solo pierden los civiles.
Los civiles. Según contó, él solo iba allí por ellos. Porque se lo merecían. Porque algunas personas, al descubrirle allí, haciendo fotos, haciendo vídeos, le abrazaron y le dieron las gracias. Le pidieron que contaran su historia, esa que nadie quiere saber. Porque en la guerra se muere, pero en la guerra también se vive. En desgracia, en la miseria, con la muerte tras tu hombro cada día, pero se vive.
No son refugiados, no son terroristas, los miles y miles de personas que se hacinan en tiendas de campaña pasando frío y hambre son personas. Personas que querrían volver a su hogar, pero que ya no tienen hogar al que volver. Personas a las que el mundo ha dado la espalda, y todos somos culpables de eso. Desde nuestra pequeña vida privilegiada podríamos haberles ayudado con nuestro voto, votando a un gobierno que no venda armas a países árabes. Votando a partidos que no apoyen creaciones de muros, que no solo es Trump quien quiere construirlo. Aquí tenemos dos desde hace tiempo, y bien reforzados.
Para terminar con un mensaje esperanzador, Antonio Pampliega solo pudo decir: “disfrutad de la vida. Es la única que tenemos. Por más que quiera, yo no soy sirio. No soy uno de ellos. Tan solo les puedo ayudar contando su historia.”
Por supuesto, acabé comprando el libro. Lo leeré y lo comentaré aquí, pero me parece un libro necesario. Primero, para saber, tal como me puso Antonio en la dedicatoria, lo afortunados que somos. Y segundo porque todo lo recaudado va a manos de Médicos sin fronteras, para contribuir en su labor en los campos de refugiados, en los campos de la vergüenza.
Gracias, Antonio Pampliega, por demostrarme lo equivocada que estaba, por hacerme ver que aún hay gente que se preocupa por contar las verdades incómodas. Ojalá todo el mundo esté dispuesto a escucharlas.